Aniversario de Martín - Mifguel L. Bosque
Martín el
bueno
(falleció el 1 de mayo de 2007)
Sencillo, humilde, silencioso, tímido, de sempiterna
sonrisa sazonada de servicio cariñoso, de ojos claros, serenos, y siempre
acogedores e invitándote a la paz; ojos expresivos, lenguaje de su corazón...
más hablaba con ellos que con la boca. Penas y alegrías, dolores y
satisfacciones salían claros, limpios y sinceros por su clara, limpia y sincera
mirada que siempre clamaba en silencio.
Nunca en el seminario se significó por nada ni quiso
manifestar excelencias; no pudo, aunque sí quiso, pasar desapercibido, pues su
presencia trasmitía paz y acogimiento, disponibilidad y servicio.
Escogió ser pobre entre los pobres y humilde entre los
humildes y cuando le comunicaron su destino -Mozambique- él manifestó su
alegría y yo, os lo imagináis, mi satisfacción (me había tocado con “el bueno
de Martín”).
Pobre de bienes materiales y rico,
muy rico de ilusiones, clavaba su pupila en un escaparate de una vieja tienda
de objetos usados, de segunda mano, (“rua do Sol ao Rato”) día sí y día también, esperando
reunir unos pocos escudos portugueses para tener un pequeño radio-cassete con
el que poder oír las noticias y escuchar música en sus pocos ratos de “para
sí”. Tiempo iba a tardar, pues de los cuatro escudos que tenía, tres solían ir
para otros menesteres “más urgentes” de los demás, cuando no los cuatro.
Casa no tenía (¡bueno! no tenía
nada), estaba de fiado en la casa parroquial de Santa Isabel de Lisboa... una
humilde habitación, igual que sus compañeros... (uno, Manolo, en la parroquia de
“Ajuda” y el otro, Miguel, en “D’Amaia”, de las que ambos dos fueron
expulsados). Esa habitación de Santa Isabel se convirtió en el “refugio” de los
“proscritos”, donde acudían al anochecer.
Martín, en silencio, abría la puerta de servicio de la
parroquia y, con sigilo, los conducía, noche tras noche, a su aposento, donde,
si podía, les guardaba unas galletas y un vaso de leche o un trozo de pan
con... y, después, no le importaba dejar a uno de ellos su cama acostándose en el suelo, en el que amanecía a
las siete de la mañana con los huesos entumecidos pero con una luminosa sonrisa
de complicidad feliz para ir a celebrar su misa, “su comunión” a las ocho en el
altar mayor.
Quiero que quede claro que no era
esa su actitud porque fuésemos compañeros ¡no! En su corazón no había “acepción
de personas”, “distinción de clases”, “preferencias especiales”... Su corazón
amaba... sólo eso... sencilla y llanamente amaba. Ayudó y camufló a gentes
trabajadoras perseguidas por la P.I.D.E., por los cuerpos de represión tanto en
Portugal como en Mozambique. Y por amar y entregarse llegó su sacrificio
cruento: la cárcel (que el sacrificio incruento era su día a día).
Vivió (y dejadme que lo diga porque yo lo vi y lo
disfruté, aun a costa de él) vivió, digo, las bienaventuranzas como pocos... Y
mira que me he encontrado gente esforzada en lo que llevo de vida, que ya es un
rato. Pero si todos son estupendos, es verdad que viven o vivían más unas
bienaventuranzas que otras... Martín las vivió todas a la vez y de lleno; estaba
“inundado de bienaventuranza”... Yo diría que el Sermón de la Montaña lo habían
escrito para él, se lo aprendió, lo interiorizó hasta el extremo de hacerse
bienaventurado e irse desgranando por los caminos sembrándose en los corazones
de las gentes y de la tierra que hoy, sin duda, sienten su ausencia presente (
o si queréis, su presencia ausente), pues van, vamos marcados y fecundados con
la señal de “Martín el bueno”.
Miguel López del Bosque
Todo lo que describe Miguel es verdad. Tuve el privilegio de conocerlo y convivir con el en el campo de trabajadores agricolas de Wodvine, y desde siempre he estado convencido de que la vida me concedió la inmensa suerte de haber conocido a un SANTO. Nunca he conocido de nuevo una persona como él, más cerca de la divinidad que de lo material, en todo sentido.
ResponderEliminarCuanto más leo esto, más me emociono. Lo recuerdo como se recuerda un ángel. Qué pena no haber tenido más tiempo para disfrutarlo. Justo al regresar de EEUU, presenté mi tesis en Comillas, dejé el IEME y me fuí a trabajar de albañil a destajo mientras esperaba entrar al cuartel en la mili. Poco tiempo, pero suficiente para hacer que me planteara casi la vida entera. Que mis horizontes cambiaran y bajaran a la tierra. Que quisiera ser un día como él, sin tener necesariamente que pasar por toda la teoría retórica de la estructura eclesial. Nunca escuché a Martín dar sermones, sólo le escuché dar humildes opiniones cargadas de toneladas de razón y sobre todo de amor del bueno. Lo que meciona Miguel de su mirada, de sus ojos mansos, es una verdad enorme. Hipnotizaba. Se podía ver en la forma en que lo miraba, embelesado, el hijo del dueño de la empresa frutera, que al parecer siguió luego apoyando sus acciones misioneras. Suerte tuvo el gringo gordito de seguirlo tratando. Porque no siempre se tiene el privilegio de conocer e interactuar con un santo.
ResponderEliminarEl primer párrafo de Del Bosque ya expresa perfectamente la sensacion que dejaba en el ánimo la presencia de Martin.
ResponderEliminarYo fui otro hipnotizado por su mirada azul, llena de confiada paz. Eso me transmitía a mi, -más movido y menos bueno- en los dos cursos que trabajamos juntos en la catequesis del Hospicio. Otro hombre bondadoso y humilde coincidió en aquel destino en aquel tiempo: Jordi Coll. Fue una suerte tanta compañía de tanta calidad humana y reflejo trascendente. Su recuerdo me invita a agradecer la suerte de su proximidad en algún momento.