MARTÍN Y ALFONSO,

ALMAS GEMELAS Y BLANCAS

A cargo de Waldo Fernández 

 Publicado en el número 293 de la revista Misiones Extranjeras,

correspondiente a abril-junio de este año

Alfonso y Martín. Martín y Alfonso… Imposible hablar de Martín sin hablar de Alfonso. Imposible hablar de Alfonso sin hablar de Martín. Caracteres, personalidades y capacidades distintas… Martín era reservado, un poco tímido, de mirada profunda y serena. Alfonso era todo energía extrovertida, movimiento, expresividad… Pero Dios los crió, ellos se juntaron y la persecución y el testimonio los entrelazaron…

Procedían de lugares distintos, pero la Misión los llamó a los dos. Martín nació en Ahigal de los Aceiteros, Salamanca, en 1943, y estudió Humanidades y Filosofía en el seminario de Ciudad Rodrigo hasta que en 1962 ingresó en el Seminario de Misiones de Burgos para iniciar los estudios de Teología.

Alfonso nació en el Viso de los Pedroches, Córdoba, también en 1943. Estudió Humanidades y dos cursos de Filosofía en Córdoba, y en 1961 se fue al Seminario de Misiones a cursar tercero de Filosofía y luego toda la Teología.

Ambos fueron ordenados sacerdotes en julio de 1967. Martín se fue a Mozambique en el 78, pero Alfonso se fue un año más tarde, porque fueron requeridos sus servicios como formador en el seminario durante un año.

Les tocó anunciar juntos el Evangelio de Jesús en la misión de Mukumbura, una apartada y deprimida zona rural donde las injusticias y los abusos de los colonialistas eran el pan y el maíz con el que se alimentaba el pueblo todos los días. Era también una zona donde se organizaban algunos movimientos de resistencia.

No tardó en desatarse el conflicto armado entre los colonialistas y el Movimiento de Liberación Nacional de Mozambique. Difícil situación para los misioneros, que optaron por arriesgarse como Jesús de Nazaret y seguir junto a sus hermanos más desprotegidos y defender sus derechos. La denuncia de las masacres cometidas por el ejército portugués en la zona los llevó a la cárcel de La Machava, en la entonces capital Lourenzo Márques, donde pasaron casi dos años (desde enero de 1972 a noviembre de 1973). Los acusaban de incitar al pueblo a la rebelión y “atentar contra la seguridad del Estado, por pretender separar a Mozambique de la Madre Patria” (Portugal). Tras un proceso lleno de arbitrariedades e incoherencias, fueron “amnistiados” sin juicio y expulsados del país.

También fueron expulsados de Mozambique otros ocho de sus compañeros misioneros. Durante varios meses estuvieron dando testimonio por toda Europa de lo que allí ocurría.

En 1974 se acabó la guerra y Mozambique alcanzó la independencia, pero la incertidumbre aconsejaba darse un tiempo antes de volver. Estuvieron preparándose para ello, pero la vuelta se complicaba y se alargaba, y al final no fue posible.

Unos años más tarde, Alfonso decidió dejar el ministerio sacerdotal, y se casó con Sefi, hermana de Martín. Otro lazo -y qué importante- entre ellos. Hizo la Licenciatura y el Doctorado en Filología, y se dedicó a la enseñanza de Lengua y Literatura en varios institutos de Madrid. Siempre elegía voluntariamente las aulas donde estaban los chicos más problemáticos, y dedicaba muchos de sus ratos libres a acompañar a los presos.

Martín, por su parte, aterrizó en 1978 en la República Dominicana. Su campo pastoral fue la zona de Monte Plata. Gracias a su natural bondad y generosidad, bien pronto se hizo un lugar en el corazón de aquellas personas y comunidades campesinas, a las que acompañó en la fe y el compromiso cristiano.

Era una persona sencilla, humilde, silenciosa, llena de paz, de ojos acogedores, con una eterna sonrisa sazonada de servicio cariñoso, paciente y trabajador, amigo leal y desinteresado… Sufría con cada persona que sufría, y reía con cada alegría. Sabía compartir penas y alegrías, dolores y satisfacciones, y nunca dejó de atender a alguien por no tener tiempo.

Fue feliz en aquel campo de misión, donde se entregó a la formación de líderes de las comunidades. Sabía aconsejar a los jóvenes y a las familias. Creó clubes de juventud y asociaciones de promoción social. Estableció una red de farmacias populares y defendió las luchas campesinas.

Luego de 20 años en la República Dominicana, el deterioro de su salud aconsejaba su vuelta a España, donde colaboró con los servicios comunes en la casa central del IEME. En 2007 todo indicaba que estaba remontando el vuelo, y de hecho preparaba con ilusión su retorno a la Misión para después del verano. Pero el 1 de mayo, cuando celebraba la Eucaristía, un infarto de miocardio se lo llevó. Cuando Alfonso nos comunicó su muerte (“mi hermano Martín, a quien tanto quería…”), nos reenvió el poema que le había escrito desde una celda incomunicada de la prisión de La Machava, Mozambique, el 14 de abril de 1973, cuando Martín cumplía 30 años. He aquí unos extractos:

Martín        Martín, mi amigo del alma,

Martín        Martín, mi hermano querido,

Dio             Dios te puso al lado de mi puerta:

    Humo blanco y tenaz,

    relámpago impasible,

    montaña ingenua

    que sabes arrodillarte ante los pobres

    y acaricias con amor sus frentes negras…

    

    Creo en amigos como tú, Martín,

    que sueñan

    con aquel Sermón del Monte,

    con la Paz y la Justicia

    dándose un beso en la tierra…,

    y que gritan este SUEÑO por el mundo,

    y que recuerdan

    aquellas palabras firmes

    de Jesucristo, el Profeta:

    “Yo he venido para el pobre y romperé las cadenas

    de cautivos y de esclavos…,

    a los presos: ¡libertad!, ¡luz a los ciegos!,

    no quiero más opresión ni corazón quebrantado…”

    

    ¡Felicidades, Martín,

    al cumplir tus 30 años…!

    ¡¡FELICIDADES, AMIGO,

    FELICIDADES, HERMANO…!!

Si Martín hubiera sido poeta le habría escrito a Alfonso algo parecido cuando el 5 de noviembre de 2012 un aneurisma nos lo arrebató de esta vida. Y ocurrió en la casa del IEME, mientras preparaba con otros compañeros la fiesta de San Francisco Javier. Porque Alfonso, hombre de fe profunda, siempre fue un apasionado de la Misión y su espíritu nunca dejó de pertenecer al IEME.

Ambos siguieron con generosidad a Jesús de Nazaret. Ambos asumieron la causa de los más desprotegidos. Ambos vivieron a plenitud las bienaventuranzas. Más aún, estaban llenos de bienaventuranza...

      

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