Ángel Martinez, mártir del IEME - Waldo Fdez.

 

ANGEL MARTINEZ, UN TESTIGO SENCILLO

A cargo de Waldo Fernández

 

 Publicado en el número 293 de la revista Misiones Extranjeras,

correspondiente a abril-junio de este año

 

Una buena noticia. Eso fue su vida para quienes convivimos con él. Angel Martínez Rodrigo había nacido en Tierga (Zaragoza) el 5 de octubre de 1935. Allí se forjó una personalidad recia, de principios, fiel a convicciones y palabras, consecuente hasta la necedad. Allí aprendió a amar la tierra y a cultivarla con respeto y cariño.

A los 27 años se plantó en el Seminario de Misiones, en Burgos, para iniciar su preparación como misionero seglar (“auxiliar”, se decía entonces). En 1968 fue destinado a la misión de Tete (Mozambique), y durante varios meses estudió la lengua en Portugal. Pero las luchas emancipadoras en las colonias (y Mozambique lo era) habían endurecido a las autoridades portuguesas, que negaban el permiso de entrada a los misioneros. Angel se fue a estudiar agricultura en Zaragoza, y en 1973 partió a su nuevo destino: El Petén, Guatemala, donde aterrizó con su maleta cargada de ilusiones y de esperanzas.

El Petén era la región más apartada, y también la más marginada. Era una zona semiselvática y poco poblada, donde el grupo misionero trabajaba con entusiasmo en la promoción de cooperativas campesinas y en la capacitación de jóvenes para desarrollar sus comunidades.

La Guatemala que encontró Angel era un país militarizado. La prioridad del Estado era evitar cualquier transformación de las estructuras políticas, económicas y sociales. Los tiempos eran difíciles. La muerte - en forma de represión política o de víctimas de la desnutrición - estaba tan presente como la luz o el asfixiante calor tropical.

A finales de 1975 el grupo misionero del IEME salió de El Petén y se situó en las diócesis de Sololá y San Marcos, en el Occidente del país.  Así fue como Angel “el Maño” llegó a San Miguel Ixtahuacán, donde más se explayó como agricultor, que era su más profunda vocación. Era agrónomo, pero de machete en mano, sombrero de paja y botas de goma, como cualquier campesino. Por su forma de ser y trabajar, toda la gente lo quería. Era persona de brazos abiertos, del gesto oportuno y preciso, de la palabra sabia y de la acción inteligente.

Su extraordinario don de gentes y su casi infinita paciencia para tratar con los campesinos hicieron de él un acabado pedagogo en agricultura. ¡Cuánto aportó esos años dando clases y yendo delante de los alumnos y los campesinos en todas las tareas...! “La gente aprende por los ojos”, decía. En lugar de hablar sobre la producción de hortalizas, él hacía primero su propio huerto, y mostraba los frutos a los campesinos; podaba primero los árboles de su casa; hacía su propia abonera y fertilizaba su maíz... Luego, cuando la gente veía y se interesaba, venía la parte más fácil.

Ya por entonces había comprendido el callejón sin salida de un “progreso” que destruye la naturaleza. Su palabra clave era  “equilibrio”, que aplicaba a todos los aspectos de la ecología.

Angel Había caído en aquel grupo misionero como pez en el agua. ¡Qué necesario era en aquellos momentos alguien con capacidad para hacer más leve la tensión de sus compañeros, con su oportuno sentido del humor! Sabía sacar en cada momento el comentario jocoso y limpio; y no hacía falta animarle mucho para que cogiera el acordeón o la guitarra y amenizara las tertulias. Gozaba con la amistad y no se permitía defraudar a quienes confiaban en él.

En aquella Guatemala excluyente, donde los pobres no tenían cabida, el conflicto social arreciaba, y crecía notablemente la influencia del movimiento revolucionario. Organismos de la ONU hablaron de “un conflicto armado de carácter no internacional, derivado de factores económicos, sociales y políticos de índole estructural".

Según la ONU y la Conferencia Episcopal de Guatemala, aquellos años de terror produjeron cifras escalofriantes: Unos 100.000 asesinados y 40.000 secuestrados-desaparecidos, un millón de desplazados internos y 200.000 refugiados en el exterior, 440 poblaciones rurales arrasadas, 200.000 huérfanos y 40.000 viudas... La mayoría de las víctimas eran personas ajenas al conflicto: luchadores sociales, sindicales, campesinos, indígenas, religiosos, políticos, estudiantiles y humanitarios… Cualquiera que se acercara a los pobres era motivo de sospecha.

La fe de Angel era poco ritual, pero muy profunda y concreta, como era él. Desde su llegada había sintonizado con “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” de la gente pobre.  Pocos días antes de pasar de este mundo al Padre, escribía así a un amigo: “Trabajar por el bien de los demás es lo único que merece la pena hacer en la vida y lo que realmente va a perdurar en la historia, porque el justo se perpetúa en sus obras. Yo sigo por aquí procurando actuar con honradez dentro de lo que permite la humana fragilidad".

En aquella época martirial, el suelo guatemalteco fue regado por la sangre generosa de muchos agentes pastorales y cristianos de a pie. Muchos otros tuvieron que cruzar la frontera para salvar su vida. Angel optó por quedarse en Guatemala, y lo hizo con todas las consecuencias. Y, una vez más, cumplió. El 25 de julio de 1981 lo mataron las balas de los enemigos de la vida. Nos lo arrebataron, pero no pudieron arrebatarnos el ejemplo y la entrega de su vida a la causa del Evangelio de Jesús.

Para quienes le conocimos, fue preciosa su vida y consecuente su sacrificio. Tal vez fue nuestro tributo, como grupo misionero, a la lucha de un pueblo por su dignidad. Es un orgullo para nosotros saber que él engrosa esa “gran nube de testigos” (Heb.12,1) que alientan nuestro caminar y son refrigerio para nuestra esperanza.  

De él aprendimos que pueden convivir la firmeza y la ternura; que es posible vivir la paz en medio de la tormenta; que la honradez es posible; que Dios se ríe y disfruta con sus amigos…

 

EPITAFIO PARA UN TESTIGO

¡Qué pesada la pesadumbre

por tu ausencia!

¡Qué dulce

la miel de tu recuerdo!

¡Qué ligero

el hilo liso de tu risa llana!

Por tí descubrimos

que pueden convivir firmeza y ternura.

Por tí aprendimos

que es posible vivir la paz

en medio de la tormenta.

Por tí tuvimos la certeza

de que la honradez es posible.

Por tí supimos

que Dios se ríe y disfruta con sus amigos.

Angel, hermano,

¡gracias por haber vivido y por haber muerto así!

 

(Poema de Waldo Fernández)

 

 

Comentarios

  1. Impresionante testimonio de valor y de entrega. Conozco el Petén, Sololá y San Miguel y no son tierras fáciles. Los funcionarios de los gobiernos no suelen gustar de esos destinos, donde hay que ser muy fuerte y muy entregado para trabajar. La tierra se resiste a producir ( su acidez y sus plagas la hacen difícil); la gente es buena e inocente pero también endurecida por el sufrimiento; el calor pegajoso en Petén aprieta y hace difícil el trabajo físico.

    Predicar con el ejemplo y aportar cosas prácticas a los pueblos predicados son, sin duda, las claves del éxito. Porque aún hoy, la pobre producción de alimentos y la consiguiente desnutrición hacen estragos entre los indígenas. Las pruebas están a la vista para cualquier viajero: la talla y constitución de las mujeres las hace parecer niñas, aún siendo adultas, y los hombres son pequeños y compactos, con una expectativa de vida muy baja, empeorada por algunos vicios como el alcohol, que tanto daño sigue haciendo.

    El ejemplo de Angel es clave para todos. Menos parroquia y más monte; menos confesionarios y más machetes y azadones; menos saliba y más sudor. Que el valor del currículo se mida en callos en las manos y en rotos en la ropa, si se quiere cada vez parecerse más a los que se quiere "salvar".

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