P. Florentino Valdavida

 

EL PADRE FLORENTINO VALDAVIDA,

“El BARBUCHÍN” 

A cargo de Waldo Fernández 

 Publicado en el número 293 de la revista Misiones Extranjeras,

correspondiente a abril-junio de este año

 

Imponía su figura erguida y su andar resuelto y apurado, como si no pudiera perder un segundo. Pero conquistaba con su mirada serena, reflejo de su humildad limpia, con su claridad para expresar sus opiniones o su visión de las cosas, con su sonrisa plácida que transmitía optimismo y que fue creciendo con los años.

Florentino Valdavida Lobo nació en Caborana (Asturias) el 28 de octubre de 1917, en el seno de una familia cristiana y abnegada, que se olvidó de su pobreza y entregó dos de sus hijos al sacerdocio y una hija a la vida religiosa.

Entre 1929 a 1935 estudió Humanidades y dos cursos de Filosofía en el Seminario de Oviedo. De allí pasó al Seminario de Misiones de Burgos, donde hizo el tercer curso de filosofía. La guerra civil de obligó a suspender los estudios sacerdotales, que reanudó y terminó en junio de 1943. El 19 de junio de ese año fue ordenado sacerdote.

Después de unos meses como profesor en el Seminario, el 31 de marzo de 1944 se embarcó en el buque “Cabo de Hornos” con destino a la misión del San Jorge (Colombia), donde desempeña su misión en el seminario y la parroquia de San Benito.

En 1948 es destinado a Chiriquí (Panamá), y allí permanece tres años, trabajando en las parroquias de Dolega y Gualaca. Vuelve a Colombia, al San Jorge. Durante tres años trabaja en varias parroquias y en el seminario.

En noviembre de 1954 viaja a su nuevo destino: La misión de El Petén, en Guatemala. Fue el iniciador del trabajo de los misioneros del IEME en aquel territorio de 36.000 kilómetros cuadrados, que hasta entonces atendían precariamente dos sacerdotes salesianos que vivían en Ciudad Flores, en el centro del territorio, y que se desplazaban por el sur una vez al año.

En El Petén permanecerá el Padre Florentino (a quien los peteneros llamaban cariñosamente el “padre Barbuchín”, por su barba) cinco fecundos años en la Parroquia de San Luis. Fue ésa la época en la que él se sintió más misionero, y de la que guardaría los mejores recuerdos. Se metió de lleno en el mundo indígena quekchí. Fijó su residencia en una aldea llamada Tzuncal, dentro de la selva, a donde sólo se llegaba en mula o caminando durante dos días. Allí construyó una humilde capilla y proyectaba construir un internado para jóvenes de otras aldeas. Allí vivía con la misma precariedad de los quekchíes, y desde allí se desplazaba en las épocas de sequía para visitar varias decenas de aldeas de la zona. Los desplazamientos eran muy difíciles, porque los caminos selváticos sólo eran practicables en verano. No solo aprendió la lengua quekchí, sino que esbozó una gramática, que serviría a sus sucesores. Y trabajó para que los indígenas tuvieran un progreso cultural y educativo.

Era un hombre sabio y valiente, e infatigable en la entrega a su misión, sin escatimar tiempos ni horarios, dando un gran testimonio de generosidad a sus propios compañeros misioneros.

Dejó una profunda huella entre los indígenas del municipio de San Luis, que le profesaban un profundo cariño y veneración. Muchos años después de haberse ido, su fotografía, ajada y en color sepia, permanecía al lado de los santitos en las capillas y las humildes viviendas de los indígenas. Y eso constituye probablemente el mayor homenaje a un misionero. Es algo así como el criterio de autenticidad de una vida.

Tenía una gran inquietud cultural. Acopió material para elaborar una historia de la Iglesia en el Petén y salvó buena parte de antiquísimos archivos parroquiales de varios pueblos.

De alguna manera todo aquel trabajo quedó truncado cuando en 1959 fue llamado a Burgos para formar parte del Consejo General del IEME, por sus dotes intelectuales y experiencia misionera. Además, su frágil salud no le permitía seguir en las condiciones de extrema dureza en que vivía. En Burgos, también daba clases de latín, con enorme paciencia y amabilidad, a los alumnos que llegaban al Seminario procedentes de institutos o universidades…

Terminada aquella etapa, y cuando el IEME se trasladó a Madrid, fue nombrado archivero general, haciendo gala, una vez más, de su trabajo incansable, ahora entre papeles y libros, ordenando, catalogando, anotando… Y por las tardes paseaba por el parque de la Dehesa de la Villa, rezando el Rosario y hablando de Dios y de las misiones a cualquier persona que se lo permitiera.

En 1995 lo acogieron las Hermanitas de los Pobres de Los Molinos, Madrid, a las que profesó un enorme y agradecido cariño y donde hizo muchos amigos entre los demás ancianos, empleados y religiosas. Desde allí partió a la Casa del Padre el 2 de mayo de 2002.

 

Comentarios

  1. Yo lamento no haer oido esta historia cuando estuve en Guatemala. Cuando iva a Guatemala capital a su parroquia donde nos acogia a todos los que estabamos trabajando en El Peten, nunca supe de su historia y trayectoria misionera. Nunca presumiio de nada, siempre fue servicial y respetuoso con las opiniones de otros. Ahora despues de su paso por este mundo es para mi un modelo de hombre bueno con un compromiso TOTAL con sus convicciones religiosas.

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