JORDI COLL, UN REGALO DE DIOS

A cargo de Waldo Fernández


 

 Publicado en el número 293 de la revista Misiones Extranjeras,

correspondiente a abril-junio de este año

 

Era una especie de niño grande: Por su espontaneidad, por su sonrisa fácil, por su bondad sin doblez, por su incapacidad para comprender el mal… Y “abusábamos de él”, haciéndole contar una y otra vez aquel chiste de la señora que pregunta en la zapatería si tenían zapatos de cocodrilo y, cuando el dependiente le dice que no, dirige su mirada hacia el suelo mientras dice: “¿ves, cocodrilo? aquí tampoco tienen zapatos para ti…”

 

Jordi Coll Gilabert había nacido en Ivars d’Urgell el día 13 de abril de 1945. Luego de estudiar Bachillerato y Magisterio en Lérida, donde ejerció de maestro por breve tiempo, ingresó en el Seminario de Misiones Extranjeras de Burgos en 1964, para iniciar los estudios de Filosofía y Teología. Fue entonces cuando empezamos a disfrutar de su sencillez de vida, de una persona profundamente entrañable, humana, servicial y pacífica. Y cómo disfrutábamos en las veladas cuando hacía el numerito de su pulguita amaestrada, que saltaba en la imaginación de aquí para allá obedeciendo sus órdenes.

 

Fue ordenado sacerdote el 1 de octubre de 1972 en su pueblo natal y en enero siguiente emprendió el camino misionero hacia la República Dominicana, donde trabajó en varias parroquias. En 1992 fue llamado a Madrid para formar parte del Equipo de Animación Misionera, y, al terminar ese servicio, volvió a la República Dominicana, de donde retornó definitivamente a España en 1998 por razones de salud, después de vivir 25 años en las zonas más pobres de ese país.

 

En la República Dominicana trató se hacerse un isleño más. Se esforzó desde el principio por asumir su cultura, comprender su religiosidad, adoptar los modismos en el hablar. Su ilusión era entregarse a los más desfavorecidos, y lo hacía con sencillez y alegría. Les entregaba su tiempo, su sonrisa, sus ahorros… Nunca supo decir no.

 

Entendió que debía involucrarse con la población inmigrante haitiana, los más pobres entre los pobres, y unir su destino al de ellos. Estuvo al frente del Centro de Coordinación y Animación Pastoral Haitiana. Su compromiso le llevó a aprender kreol (la lengua del pueblo haitiano), del que elaboró una gramática y un diccionario. Y logró implicar a muchos agentes pastorales en el servicio a los haitianos.

 

Jordi fue un caminante que rastreó las huellas del Dios de la vida entre los braceros haitianos bajo el sol ardiente del trópico dominicano. Allí encontró su vida, y por eso fue feliz y derramó felicidad a su alrededor. La alegría en él era una virtud, pero sobre todo el resultado de la entrega a la misión.

 

Sus compañeros y las personas que lo rodearon lo describían como una persona discreta, serena, pacífica, comprensiva, solidaria, generosa, consejera y, sobre todo, fraterna, con una enorme capacidad de entrega. Era el hombre bueno del Evangelio que por donde iba dejaba la semilla del amor y de la entrega por el Reino.

 

De vuelta a España, ya enfermo, trabajó pastoralmente en varias parroquias y fue nombrado Delegado de Misiones y Director de las Obras Misionales Pontificias en la Diócesis de La Seu d´Urgell. También fue director espiritual y rector del seminario.

 

No le gustaba el protagonismo, ni el brillo, ni estar en medio; se sentía más cómodo en los segundos planos. Pero, eso sí, nunca pasaba de largo, como el buen samaritano.

 

La enfermedad avanzaba. Se reponía en Ivars o en Tarragona y volvía a prestar sus servicios pastorales. Vivió su enfermedad a su estilo, con sencillez, con dignidad y discreción, sin siquiera mencionarla, sin abandonar su serenidad y alegría. Era un reflejo de la bondad y la ternura de Dios. En sus obligadas temporadas en el hospital, sobre todo en la fase final, los médicos y enfermeras le hacían preguntas cuyas respuestas ya sabían: “¿Cómo estás?” “Bien”. “¿Necesitas algo?” “No”. “Estás mejor?” “Mejor que ayer y peor que mañana…”.

 

Siempre sonriente, sin una queja, hasta que, agotado y paralizados sus brazos y sus piernas, pasó de este mundo al Padre, envuelto en la admiración y aprecio de quienes tuvieron la suerte de tenerlo cerca en ese tránsito.

 

Luego de pasar por este mundo haciendo el bien, a los 59 años, luego de dejar entre nosotros las huellas de Dios, el grano de trigo llamado Jordi cayó en tierra, para completar la pasión de Cristo y llegar a la aurora eterna junto al Padre, donde van los limpios de corazón.

 

Su despedida el 4 de marzo de 2005 en la iglesia parroquial de Ivars d’Urgell congregó a una multitud que quería darle su último adiós. Allí estaban algunos misioneros que, como él, cruzaron el océano en sus años jóvenes y tuvieron la suerte de encontrarle como hermano y compañero de camino en las labores evangelizadoras, y que daban gracias a Dios por la sencillez de su vida, por su visión tan positiva de las personas y de las cosas, por su trabajo firme y constante por el Reino, por el testimonio de su entrega y su pasión por los más pobres.

 

 

 

Jordi, hermano,

naciste en Ivars d'Urgell

y Dios te nos trajo cerca

para ser tú nuestro amigo

y pisar nuestras veredas...

 

Recuerdas los días de Burgos?

¡Qué mañanitas más frescas!

Capiscol y Gamonal,

catequesis, sobremesas....

Y en las veladas de entonces

recuerdo tu “obra maestra”:

Eras prestidigitador:

"¡Con ustedes, Jordi CoII,

 y su pulguita traviesa... !"

Y salías al escenario

con tu sonrisilla eterna

y tu pulga perseguía

la barba del Padre César...

 

El mínimo y dulce Jordi de Asís,

 todo ilusión y alegría...

Tu forma de vivir era

como aquella del “poverello ":

 dar y darte en demasía,

 entregado a los más pobres:

 dominicanos y haitianos

 y darles toda tu vida...

 

La creación te embelesaba

 y tu Dios te estremecía,

cual Jesús de Nazaret

no querías más compañía

que los pobres de este mundo,

 y al ser tan sencillo y bueno,

a Jesús te parecías ...

 

Montaña ingenua y veraz,

que te bajas y arrodillas

a los más necesitados:

haitianos y viejecillas ...

Siempre repartiendo amor

 y esa ternura infinita

por tierras dominicanas,

por Seu d'Urgell o Casti

y tan llena de alegría...!

 

Y luego tu enfermedad,

martirial y estremecida,

y a mal tiempo, buena cara,

dice Jordi, el optimista...

"me voy a recuperar,

este bajón es normal ",

y a la cruz le sonreías...,

 y en su cruz el Nazareno,

te hizo el sitio que querías,

y en las manos de su Padre

tu espíritu entregarías...

 

Huérfanos nos has dejado

de esa tu palabra viva,

de tu amor y tu evangelio,

de tu entraña desmedida...

Pero te sentimos, Jordi,

y algo aquí ya resucita

muy dentro del corazón,

que es tu fe y es tu "sonrisa",

que nos llena de esperanza

 y de luz amanecida. ..

 

Jordi bueno, misionero,

todo amor y "madrecita "

de los pobres y excluidos,

tu tierra dominicana,

tu Cataluña querida,

tu familia y compañeros,

a ti ya nunca te olvidan...

 

Puesto que has resucitado,

danos fuerza, luz y vida.

 

(Poema de Alfonso Valverde)

 

 

 

 

 

 

 

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