El IEME en Guatemala - Waldo Fernández
GUATEMALA: LA ÉPOCA DEL TERROR
Waldo Fernández Ramos
Guatemala fue, durante todo el
siglo XX, un laboratorio de la Administración Estadounidense en su política
hacia América Latina. Las dictaduras que gobernaron Guatemala en la primera
mitad del siglo fueron replicadas en casi todos los países. De los
levantamientos populares en Guatemala y de la forma de reprimirlos aprendieron
los Estados Unidos los mecanismos para enfrentarlos en otros países. La
doctrina de la seguridad nacional y la operatividad de los escuadrones de la
muerte tuvieron su anticipo en Guatemala.
Un momento histórico determinante fue el levantamiento
cívico-militar que derrocó al dictador Ubico en 1944; el país vivió una “década
democrática” que fue liquidada por una intervención armada estadounidense. A
partir de entonces, la alianza entre la Administración de los Estados Unidos,
la oligarquía local y el ejército fue afinando mejor su estrategia de
dominación.
Fue en ese momento cuando, a
solicitud del Nuncio Apostólico, el IEME envió los primeros misioneros a
Guatemala (noviembre de 1954): Los Padres Florentino Valdavida Lobo, Gabriel
Viñamata, Benedicto Revilla Torices y José Valdavida Lobo. Les encomendaron el
extenso territorio selvático de El Petén (unos 36.000 kilómetros cuadrados),
que hasta entonces era atendido por Padres Salesianos de la diócesis de Verapaz.
El grupo de misioneros, que pronto fue reforzado con nuevas incorporaciones,
derrochó generosidad y esfuerzo para crear buenas infraestructuras materiales y
avanzó en la construcción de comunidades de fe en base a las corrientes
pastorales de la época: cursillos de cristiandad, acción católica,
catequesis...
En los 60 apareció la
guerrilla, que pronto fue derrotada, o eso parecía. Sin embargo, resurgió con
fuerza a mediados de los 70 en diferentes zonas del país, fragmentada en cuatro
grupos.
Al mismo tiempo, los
guatemaltecos de abajo vivían en las peores condiciones de América Latina. Por
eso crecía el malestar y la gente se organizaba en sindicatos y otras formas de
lucha popular. No se podía mantener a la gente doblegada sólo por la represión.
Realmente, era una problemática social muy aguda, que hizo eclosión después del
terremoto de febrero de 1976 (cuando los ricos se asustaron y los pobres se
murieron), con una lucha popular fuerte a nivel sindical, estudiantil, de
pobladores…, con una represión brutal por parte de los gobiernos y con el auge
de las organizaciones armadas y las grandes masacres llevadas a cabo por el
ejército contra la población civil indefensa…
A finales de 1975, el grupo misionero del IEME había salido de El
Petén y se había ubicado en las diócesis de Sololá y San Marcos, en el
Occidente del país.
El conflicto, en su versión armada, se prolongaría hasta 1996,
cuando se firmaron los Acuerdos de Paz, que, por cierto, poca impronta han
dejado en la vida de los guatemaltecos…
Aquellos años de terror
produjeron cifras escalofriantes. Según datos de la ONU y de la propia Iglesia
Guatemalteca, unas 100,000 personas fueron asesinadas y 40,000
secuestradas-desaparecidas; hubo alrededor de un millón de desplazados internos
y 200,000 exiliados y refugiados en el exterior, 440 poblaciones rurales
arrasadas, 200,000 huérfanos y 40,000 viudas... El ejército aplicó la táctica
de “tierra arrasada” en zonas donde supuestamente operaba el movimiento
revolucionario armado.
La mayoría de las víctimas no
participaban en el conflicto armado. Eran luchadores sociales y políticos en la
legalidad. Las organizaciones sindicales, campesinas, indígenas, religiosas,
políticas, estudiantiles y humanitarias fueron privadas de sus dirigentes y
diezmadas en sus activistas. La represión también alcanzó a los periodistas,
maestros, profesionales, universitarios, niños de la calle, empresarios
progresistas, diplomáticos...
Fueron tiempos muy difíciles
para la Iglesia y los misioneros, sobre todo para quienes tenían planteamientos
progresistas o populares. Para los estrategas de la “seguridad nacional” todo
era comunismo: preocuparse por la por la educación o la salud de la gente,
desarrollar programas encaminados a aliviar el hambre y la miseria de los
pobres, denunciar los bajos e injustos salarios, hablar de justicia, dignidad y
derechos… Así se lo dijo un teniente del ejército a un obispo: “No les
prohibimos que digan misa, que bauticen…; pero imiten a los pastores
evangélicos, que sólo hablan de Dios. Ustedes hablan de cooperativas,
sindicatos... Todo eso es política... es cosa de los subversivos…”.
Había importantes grupos de
sacerdotes y religiosas que se comprometían cada vez más con la gente y sus
luchas, que buscaban la mejoría de las condiciones sociales de la gente, que la
animaban en su compromiso cristiano por la dignidad. La Segunda Conferencia del
Episcopado de América Latina (Medellín, 1968) había marcado esas líneas a la
Iglesia Latinoamericana.
Los militares escuchaban las
homilías y seguían de cerca todas las actividades pastorales, como preparación
de bautismos, cursillos o reuniones. Las rondas de los jeeps enviaban claros
mensajes de intimidación... En esa época fueron asesinados o desaparecidos
varios sacerdotes: Guillermo Woods, Hermógenes López Coarchita, Faustino
Villanueva, José María Gran Cirera, Walter Woodekers, Conrado de la Cruz…
También lo fueron muchos catequistas y otros agentes de pastoral…
El grupo de misioneros del
IEME que por aquellos años estaba en Guatemala había visto esfumarse algunos
éxitos pastorales del pasado; o al menos no se conformaba con lo conseguido.
Había asumido una línea de trabajo evangelizador que iba más al acompañamiento
de la gente, a provocar su reflexión, a que los propios campesinos pensaran con
su cabeza y renovaran sus propias convicciones y prácticas religiosas… También
trabajaba por el desarrollo de los más pobres, creando cooperativas, ofreciendo
capacitación agrícola de muchachos campesinos, en programas de alfabetización…
Aquellos misioneros debían
hacer precarios equilibrios entre el profetismo y la prudencia, entre el
compromiso y la diplomacia. Eran conscientes de que estaban bajo sospecha, pero
nadie quería dejar de comprometerse por la vida de los más pobres…
En aquella época martirial, le
tocó a Angel Martínez Rodrigo, misionero seglar, quizá el más bueno y generoso,
ofrendar su vida. Otros tuvieron que cruzar la frontera para conservar la suya
y continuar prestando su servicio a los pobres de Guatemala. Otros más pudieron
continuar en suelo guatemalteco cumpliendo su misión evangelizadora… Y
todos fueron coherentes y comprometidos con su vocación…
COMENTARIO DE QUICO:
ResponderEliminarEl análisis que hace Waldo de “Guatemala, la época del terror” es sobrecogedor por la información que aporta entre líneas.
¡Cuánta dedicación!, la de los misioneros del IEME. ¡Cuánto dolor derramado!. A los que lo provocaron, solo nos queda decirles: ¡Malditos!. Cuando he pisado el suelo de Guatemala me ha parecido hacerlo, sobre suelo sagrado, empapado de sangre inocente y víctima de las felonías de esos: “malditos