Marcos Porqueras, un gran Amigo de la Familia IEME

  

Marcos (a la izquierda), con su madre y hermanos

Era el verano del 73. Yo tenía 17 años. Isidoro Linares, el misionero del IEME con quien me había entrevistado en el seminario menor de Toro (Zamora), me había dejado algunos documentos para que fuese leyendo y conociendo qué era eso del Seminario de Misiones. Leí un par de números de la revista Misiones Extranjeras, en donde se hablaba mucho de la Teología de la Liberación y del compromiso con los pobres, de la Iglesia de los pobres de la que hablaba Juan XXIII, de una cosa que se llamaba "incardinación" y muchas cosas nuevas para mí. Me desconcertaban. Escribían mucho en esa revista un tal José Antonio Izco y un tal Guillermo Múgica, a quienes más tarde conocí. También conocí la revista Id, en donde se contaban noticias de misioneros del IEME y de su vida por esos mundos de Dios.

En septiembre del 73 me incorporé al Seminario de Misiones, en Madrid, en el Colegio Mayor Vasco de Quiroga. Mi vida cambió.

Soy tributario obligado del IEME. En el IEME conocí a mis mejores amigos, y por el IEME y su entorno conocí a mis mejores amigas, incluso a mi esposa. En el IEME conocí y gocé de la amistad de algunos santos (Luis Castro, Vicente Hondarza, Martín, Alfonso Valverde, Ildefonso Azopardo, Pepe Casas…) y en el IEME me formé como persona, como cristiano y como ciudadano.

Estuve tres años, muy intensos, con grandes cambios en la Iglesia, en el propio IEME, en el seminario y en España. Viví la Asamblea de Ávila, el “desmadre” de los seminaristas, las ilusiones y los temores de los misioneros que pasaban por nuestros pisos y nos conocían, el desconcierto de la Dirección General de entonces, la inspección del “Visitador” que nos enviaron desde Roma… En tres años tuve dos equipos de formadores (Alberto Áriz, Josele Vélaz, Ángel Becerril, José Luis “El Rubio”, y Vicente Berenguer, Victoriano, Jesús Rodríguez –quien me casó- y Miguel López del Bosque –mi amigo, mi hermano mayor-) y a ellos les debo mucho lo que de bueno pueda haber en mí. Empecé estudiando Filosofía y CC de la Educación en la Universidad de Comillas y viví tres años de intenso contacto con la sociedad civil de Madrid, en los barrios donde vivíamos en los pisos, en las obras donde trabajábamos para ganarnos las habichuelas, en las parroquias en donde participábamos, con los compañeros de estudios, con los militantes de partidos políticos clandestinos, en los problemas policiales que a algunos llevaron a la cárcel…  Allí aprendí a vivir en comunidad (lo que los laicos llamaban una comuna) y a entender que lo propio solo tenía sentido si se compartía. Y siempre sentí al IEME y a mis compañeros a mi lado, cuando no delante.

La concepción que la mayoría de los seminaristas teníamos del seminario no encajaba en la institución y el seminario prácticamente desapareció. No supimos gestionar las discrepancias ni encontramos el modo de continuidad que hiciera posible encauzar nuestros deseos de trabajar en el Tercer Mundo desde un compromiso cristiano y un sacerdocio optativo. No pedimos nunca el celibato optativo, sino el sacerdocio. Ni entonces ni ahora es posible en el IEME, creo, y tampoco existía la cultura de ONGs que hoy hubiera facilitado nuestra continuidad como hermanos en nuestros proyectos. Eran otros tiempos.

Pero mi desinstitucionalización no supuso una ruptura con el IEME. De uno u otro modo siempre mantuve relación con el instituto y, sobre todo, con la familia del IEME. Mis mejores amigos son de esta familia, a la que mi esposa, mis hijos y mis nietos, incluso mis padres y hermanos, también se sintieron siempre vinculados.

En la empresa de Julio Pastor, de la familia IEME, tuve mi primer trabajo de continuo, mientras terminaba mis estudios de Psicología, casado ya, y con una niña en casa. A través de una novieta que había conocido como consecuencia de la fiesta de la ordenación sacerdotal de Paco Catalá y Andrés Gallego, oposité a Telefónica y allí trabajé durante 24 años. En esos años el trabajo me permitió seguir estudiando lo que me apetecía en cada etapa de mi vida, picando en varias disciplinas (Derecho, CC. Políticas, Ingeniería Industrial y Trabajo Social, que finalicé). Pero no ejercí seriamente ni Psicología ni Trabajo Social hasta que me prejubilaron con 50 años y empezó una nueva etapa de actividad, bien como trabajador social voluntario en asociaciones, bien como psicólogo formador en la Federación Española de Viudas, bien como trabajador social en un hospital de la Sanidad Pública.

A la vez, me integré en el grupo de The Climate Project, la organización fundada por Al Gore para la sensibilización sobre el cambio climático y sus consecuencias, dando charlas a quien lo demandaba, colaboré impulsando empresas de inversiones forestales en España y en Sudamérica, y como delegado en Madrid de la Fundación Más Árboles intenté sensibilizar a las empresas españolas para que canalizaran en la plantación de árboles sus compromisos de responsabilidad social corporativa. Quizá de lo que más orgulloso me sienta sea de la culminación con éxito del II Encuentro Internacional de Amigos de los Árboles, celebrado en Cáceres, en junio de 2010.

Hoy, jubilado ya, tengo 65 años, una esposa, dos hijos, un yerno, tres nietos y muchos y buenos amigos. Entre ellos, en lugar principal, están los de la familia del IEME, que también es mi familia. Todavía sigue vigente el vínculo de apego, esa emoción especial que te acerca a quien, aún sin haberlo conocido antes, te hace empatizar con quien acabas de conocer si ha pertenecido al IEME. Sabes que tienes unnuevo amigo. Sabes que tienes un hermano cerca. Es la vivencia de la Comunión de los Santos, el Cuerpo Místico… yo qué sé…

Ser, haber sido y seguir siendo del IEME y formar parte de su familia es un privilegio, del que algunos nos sentimos orgullosos y del que presumimos. Desde estas líneas os lo quiero agradecer, con todo mi corazón. A todos los que en estos cien años lo habéis hecho posible, muchísimas gracias.

Nos vemos.

Marcos Porqueras Moreno

 

 

 

Comentarios

  1. Sólo me cabe darte las gracias, amigo y hermano Marcos, por esa inmensa capacidad de "incondicional" que sobresale en tu persona. De todo lo bueno que pueda decir de ti, que es muchísimo, quiero subrayar tu "estar ahí" en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. ¡¡Mil gracias!!

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