Semblanza de Miguel Morillas - Waldo Fernández

  

   
Miguel Morillas en 1958 y hacia 2010


MIGUEL MORILLAS MARTINEZ

Profesor, formador y misionero en Guatemala 

(Por Waldo Fernández)

Nunca se sentaba en la silla; si acaso, lo hacía ladeado en su mesa/escritorio, que a veces dejaba huellas de polvo en su sotana. Tenía un porte serio y austero. Era de los profesores diligentes que se preparaban bien sus clases, ya fueran de Teodicea o Psicología. Tenía una pedagogía fácil, con grandes dotes para enseñar. Un excelente profesor, a quien admirábamos. Era socarrón, y algunos pensábamos que también un poco fanfarrón; él lo sabía, y se reía por lo bajo. A veces, gesticulaba subiendo la ceja izquierda y bajando la derecha… Es mi primer recuerdo de Miguel Morillas, de septiembre de 1964, cuando lo conocí en aquellas gélidas aulas del Seminario de Misiones.

Alguna vez he escuchado después que en aquellos tiempos Morillas era un cura conservador. No puedo asegurarlo. Probablemente lo fuera, como lo eran casi todos entonces. Pero la imagen que recuerdo es la del cura/misionero entregado, generoso, sin las ambiciones ni pretensiones de ascenso que con frecuencia estaban presentes en los seminarios diocesanos, que estaba deseando terminar su tiempo de servicio en Burgos para irse a las misiones.

Era murciano, de Puerto Lumbreras, donde nació en mayo de 1933. Estudió Latín y Humanidades en el seminario de Murcia y en 1950 llegó al Seminario de Misiones de Burgos, donde estudiaría Filosofía y Teología. Encontró, como todos los que llegábamos a Burgos, un ambiente de camaradería entre superiores, profesores y seminaristas, y un esfuerzo colectivo por la autenticidad, muy distinto a lo que había vivido en el seminario de Murcia.

Fue ordenado sacerdote en julio de 1958, y en octubre del mismo año viajó a Roma, a donde había sido destinado para estudiar Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana. Con la Licenciatura bajo el brazo, volvió a Burgos, ahora como profesor y formador de filósofos; así pasó nueve años. También nos orientaba con entusiasmo y claridad sobre la forma de realizar la catequesis que salíamos a impartir los domingos a diversas parroquias de la periferia de la ciudad. Era un excelente pedagogo.

A mediados de 1970 se incorporó al Grupo de Guatemala. Y allí fue mi segundo encuentro con él, cuando también yo llegué a finales del año siguiente. En poco tiempo, y sin pretenderlo, se había convertido en el líder natural de aquel inquieto grupo de misioneros, que reconocían su inteligencia, su capacidad de observar la realidad, de analizarla y de explicarla. Fue entonces cuando encontré al colega cercano que me trataba de igual a igual, al hermano servicial, al líder que delegaba en mí responsabilidades superiores a mi experiencia y capacidad; y, sobre todo, al amigo.

Compartimos durante cinco años la sencilla casa parroquial de Poptún, donde él era el párroco. Era una especie de padre fraterno de los más jóvenes, siempre dispuesto a la escucha, a la advertencia o al consejo; y hasta se dejaba tomar el pelo por nosotros, siempre que no fuera, por supuesto, en sus horas de debilidad: cuando por la mañana o después de la siesta salía de su habitación arrastrado las chancletas….

¡Cuántas alegrías, ilusiones y riesgos compartidos! ¡Cuántas vivencias, satisfacciones y esfuerzos en la búsqueda de una evangelización viva y de una promoción social eficaz de los campesinos e indígenas marginados! ¡Cuántas incertidumbres y miedos asumidos con consecuencia y generosidad!

Ponerse al lado de los pobres tenía sus riesgos. Vivíamos en el filo de la navaja. Se sucedían las calumnias y denuncias anónimas, las escuchas, las presiones veladas, las intimidaciones sutiles, los seguimientos, las amenazas abiertas… Nunca olvidaré la noche de la boda de Alfredo el Negro. Era un colaborador de la parroquia y una buena persona. Se había separado de su anterior mujer y ahora vivía con otra, con la que no podía casarse por la Iglesia, que era lo que él quería. Miguel se fue a su casa una anoche y los casó allí, en una ceremonia sencilla e íntima. El Negro trabajaba como mecánico en la base militar, y el padrino fue el comandante de la base, que se ofreció a llevar a Miguel de vuelta a casa. Cuando ya estaban en el Jeep, el militar le dijo: “Bueno, padre, ¿le llevo a su casa o le llevo a otro sitio?” “Donde usted quiera, mi coronel”, respondió Miguel, que se quedó helado y helado llegó a casa. El “otro sitio” podía ser la desaparición, la tortura, la muerte…

También recuerdo de aquella tarde, cuando, al finalizar una correría de varios días en mula por las comunidades indígenas le comenté: “¿Qué nos encontraremos hoy en Poptún?” Porque siempre encontrábamos con algún elemento de inquietud o zozobra. ¡Cuántas veces me lo recordó!




Miguel Morillas y Mateu Riera, en Villayerno (Burgos),
en agosto de 2010

Nunca desaprovechaba una ocasión para aprender algo, y era una actitud que transmitía. Lo percibí claramente cuando visitamos juntos a los grupos del IEME en Costa Rica, Brasil y Perú. Conversaciones eternas comentando visiones, percepciones, opciones… Aprendizajes también de los campesinos, de los indígenas, de su forma de tratarse, de relacionarse, de respetar la naturaleza, de aprovechar los recursos…

En 1975 ambos nos preparábamos para aprender la lengua k´ekchí y para instalarnos a vivir en la zona indígena. Los planes se torcieron. En noviembre de ese año tuvimos que salir del Petén, con el corazón partido, debido a la incomprensión y falta de visión pastoral de un Administrador Apostólico que nunca debió llegar a serlo. Miguel se encargó de preparar la salida y encontrar las nuevas ubicaciones del Grupo. Una vez más nos tocó vivir juntos varios años en San Marcos, aunque él comenzó pronto su actividad como catedrático en la Universidad en Quetzaltenango y posteriormente en la Ciudad de Guatemala. Allí se casó con Marisol. En 1982 nació su hijo Miguel, y unos años después (1987), ya en México, ante la Virgen de Guadalupe, bautizamos a su hija Ana Victoria, haciéndonos compadres. Y seguimos compartiendo las aspiraciones y luchas de los más marginados.

Fue precisamente la persistente enfermedad de Ana Victoria, cuando aún era bebé, la que les llevó a Marisol y a él a iniciar el aprendizaje de las medicinas alternativas. La medicina oficial no funcionaba, y había que probar otros caminos: Naturismo, acupuntura, masaje, herbolaria… Le funcionó a Ana Victoria, y ellos siguieron profundizando en esa vía holística e integradora de la medicina, donde los fisiológico tiene tanto que ver con lo psíquico y con la espiritualidad. Y aprendió más aún sobre la interioridad humana, sobre el sentido de la vida, integrando en sí valores “nuevos” de otras culturas y llegando a conseguir una gran paz interior.

De vuelta a España, a inicios de los 90, se radicaron en Burgos, donde vivieron durante 20 años otra etapa muy enriquecedora de su vida, dedicados al aprendizaje, enseñanza y práctica de esas medicinas alternativas y esa filosofía energética y global.

Se nos fue el 8 de noviembre de 2012, cuando tenía 79 años, a causa de un carcinoma en el pulmón. Murió con serenidad, con aquella paz interior que había ido construyéndose, consciente de haber hecho lo que tenía que hacer. Y se reintegró a la fuente del Ser y el Amor, a la vida que no tiene ocaso.

Vivimos muy cercanos durante casi 50 años, unidos por el afecto y la admiración mutuos. Fue una persona singular, sencilla, abierta. Para mí fue un ejemplo, un maestro, un cómplice, una luminaria de ésas que la vida nos regala y que sigue alumbrándome. Y sigo sintiendo, agradecido, su presencia sobre el tiempo, como recuerdo su ternura cuando recitaba “los motivos del lobo”. 

 

Comentarios

  1. De Rafael Janín:
    Mi comentario a la semblanza de Miguel Morillas
    Coincidí con Miguel Morillas primero en mi ordenación presbiteral el 20 Julio 1958; segundo los dos años que pasamos en Roma estudiando (1958-60); tercero, nueve de los diez que pasé yo en Burgos cuando él era profesor de filosofía y yo de teología y director espiritual. Así que recuerdos tengo de él muchos. Y buenos todos. Luego, él en América y yo en África, nos perdimos de vista. Pero tuve aún ocasión de encontrarlo en 2007, con ocasión de haber asistido yo a la Semana Misional de ese año en Burgos. Cuando lo ví entonces, ya estaba casado y él fue el que me dio la noticia de que Jesús Lezama, que también vivía en Burgos, había fallecido.
    Más tarde oí que, así como atendió la petición de casarlo por la Iglesia que cuenta Waldo de aquel campesino, atendió también la de su mujer de casarse por la Iglesia ellos.
    En Burgos, me acuerdo que él se fijaba en pequeños detalles míos para adivinar que yo estaba cansado y entonces se me acercaba a animarme y a darme algún buen consejo de que descansara o me cuidara más.
    Por no alargarme, contaré sólo una anécdota. Una tarde rezábamos el rosario paseando, hacia adelante y hacia atrás, por el vestíbulo de la casa, el grupo de formadores del Seminario de Misiones, Apareció Miguel con una papeleta llena de churros calentitos y nos los ofreció. “Hombre, Miguel, ¡estamos rezando el rosario!” –le contestó alguno. “Sí, pero el rosario no se enfría” –respondió Morillas. Así que, ante tan convincente argumento, dejamos el rosario y saboreamos los churros.

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  2. De Jesús Alejos:

    A PROPÓSITO DE MIGUEL MORILLLAS

    Coincidí con Miguel Morilllas en el Seminario de Burgos en los últimos años del IEME en esta ciudad. Nos impartía clases de Psicología muy amenas e interesantes. De primera impresión, recto. En ocasiones, burlón, pero en el trato personal muy humano y cercano.
    Después de un gran paréntesis y, al llegar procedente de Guatemala y Méjico, nos volvimos a encontrar. Fue un grato encuentro: Miguel, Marisol, Maribel y yo. Compartíamos muchos intereses y vivencias.
    Coincidimos en ser vecinos y sus hijos, Miguel y Ana Victoria, fueron al Colegio en que nosotros impartíamos clases, en Burgos. Lo que es la Vida. Miguel me dio clases a mí y yo di clases a sus hijos. La amistad, el compartir vivencias y necesidades materiales era nuestra normalidad. Hicimos viajes juntos y había una relación de hermandad que seguimos teniendo con Marisol.
    Miguel, en Burgos, vivió feliz, entregado a su familia y amigos.
    Compenetrado con Marisol, trabajaron unidos en Medicina Tradicional China. Miguel impartía cursos de Chikung, Crecimiento Interior…, proyectando siempre su gran espiritualidad.
    Sabiduría, humanidad y sencillez eran unas cualidades que Miguel desprendía.
    Sentimos mucho su partida. Un amigo, casi hermano se fue. Con la pena en el corazón, pero dando gracias por tantas vivencias compartidas, le deseamos todo lo mejor en su evolución.
    GRACIAS, MIGUEL.
    Jesús Alejos




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    Respuestas
    1. No había caído quién era el Padre Morillas hasta que Jesús Alejos ha mencionado que fue nuestro profesor de psicología. En efecto, resulta que conservo los apuntes de sus clases, llenos de subrayados y comentarios al margen, pues la materia me fascinaba. Cuando mi mujer hizo un doctorado en psicología clínica, busqué sus apuntes en cajas de documentos antiguos ( tengo manía de no tirar nada) y aparecieron los apuntes de esa época. Los analizamos y coincidimos en que eran bastante modernos y muy vigentes. Ciertamente tuvimos en el IEME profesores de muy altos quilates, que nos formaron a conciencia. Gracias Miguel Morillas por todo ello.

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  4. Supongo que serán no pocos los que mucho puedan decir de Miguel Morillas. Yo, que soy uno de ellos, llegué a Burgos en 3º de filosofía. Vine con dos asignaturas sin completar (otro era el programa de Girona) Historia de la Filosofía y Ética. Con clases particulares y en sus correspondientes despachos-habitaciones me atendieron el Padre Morillas en Historia y el Padre Planas en Ética.
    No sé quién consideraría o tildaría a ambos de conservadores. Yo no. Para mi fueron ambos una semi-alucinación por su visión, su humanismo, su cercanía... Ninguno de los dos me dieron clases magistrales; ambos me soltaron: "Léete y estudia el texto. Lo que no entiendas, lo preguntas". Hablábamos de otras cosas, de todo y de lo contrario y, en mi opinión y mi recuerdo,, con El P. Planas en catalán y con el P. Morillas en castellano, de cómo veía la vida, qué esperaba de mi mismo, cómo veía la Iglesia, qué entendía por la misión, en qué consiste el compañerismo, el respeto... Entiendo que con ambos era un auténtico diálogo y lo recuerdo como una luz que se me fue abriendo y que me ayudó mucho a cambiar mi cosmovisión.
    Con Miguel, ya en 3º y 4º de teología, hicimos, seis compañeros, un grupo de revisión de vida del que él aceptó ser nuestro "consiliario" (tipo HOAC). Siento decir que el rector los prohibió, pero clandestinamente lo mantuvimos y Miguel nos siguió orientando y animando.
    El rector me amenazó de expulsión por una desobediencia debida a diferencia de criterio y, en mi opinión, por entender que fui coherente. Se lo comenté al Padre Morillas y me dijo: "Deja la maleta bajo la cama y espera". El rector no volvió a llamarme, se fue él y yo pude ir a Mozambique que era mi sueño.
    El encuentro de nuevo con Miguel Morillas, a su vuelta ya con la familia, nada diré, sólo subrayar lo que Jesús Alejo dice, palabra por palabra.

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  5. Sí, M. Morillas fue uno de los pocos profesores que no me enseñaron cosas: me enseñaron a estudiar. Por eso lo busqué repetidamente -hasta que lo encontré- por Gamonal. Y por eso lo recordaré siempre con cariño.
    Muchas anécdotas podría contar de aquellos mis primeros tiempos en Burgos: ¡él fue un buen pilar en mi caminar!

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