Enrique Ferrando - Misionero en Mozambique

 

 


 

ENRIQUE FERRANDO PIEDRA 

Misionero en Mozambique y excelente profesor



Montaje fotográfico de Enrique, Marga y Raquel


Cuenta Jesús Grisaleña, a propósito de Enrique Ferrando Piedra, lo siguiente:

Conocí a Enrique en Burgos pues era un curso menos que el mío. En esos años fue un compañero más, sin tener con él gran aproximación. Pero ya hubo un momento, lo recuerdo mucho, en el que tuvo un reflejo de los que Enrique era y, sobre todo, iba a ser. Se representó la obra de Pemán del Divino Impaciente en la que él hacía de S. Francisco Javier y yo de S. Ignacio.

Él no representó a S. Francisco ¡no!, exteriorizó todo lo que llevaba dentro, lo que él era: un Francisco Javier en pequeño, el Javier que sería temperamentalmente en los años de su vida.  Con ese sentimiento, con esa pasión viviría su vida de misionero.

Después he tenido la inmensa suerte de convivir con él más de la mitad de mi vida de misiones en Mukumbura y en Beira. Me ha llenado la vida de alegría, felicidad, comprensión y compañerismo al completo.

Llenó la misión de escuelas primarias por gran parte de la zona de Mukumbura. Allí donde había un núcleo poblacional razonable, allí montaba una escuela, escuelas todas que visitaba con frecuencia con su moto DKW, que había que empujar muchas veces por falta de batería.

En la sede se fundó un internado muy solicitado, especialmente por los familiares del grupo enorme de inmigrantes de lo que era Rhodesia, de la tribu Mazezulo. De este internado saldrían varios líderes en la lucha por la independencia y sobre todo en cargos importantes del futuro gobierno de Mozambique.

Como compañero era un lujo: dialogante, comprensivo, animoso y animado, sabiendo hablar de todos los temas, pero sin imponer su visión, aunque no dejaba de poner pasión en el tema. Tenía un temperamento tal que le hacía ser un gran compañero. Era extremadamente generoso con todas sus cosas y con su persona misma.

Esta generosidad le hizo traer en uno de sus viajes un coche Renault 4L Pero, como le faltaba un poco de visión práctica de la realidad en la que vivía, y esa realidad eran las carretas de la zona, todas de tierra, hechas a mano y con una azada… El tal cochecito tenía tracción delantera y muy poco peso y cuando llegaba a las subidas, sobre todo en lo que nosotros llamábamos "mucurros" (subidas casi en escalera) patinaba y no podía, y teníamos que recurrir a darle la vuelta haciendo que el peso del coche y motor cayera sobre las ruedas delanteras y subir las pendientes, marcha atrás.

Era también muy afectivo, lo que le hizo sufrir mucho con algún compañero que no entendió esta faceta de su temperamento.

 También era muy característico en él, su austeridad. A este respecto voy a copiar unas palabras de Luciano, médico y recordado con alegría, compañero en la misión que, en "Memorias de África, Mukumbura" sobre sus experiencias en África, dice:  "Realmente el Padre Enrique en materia de comidas era una especie de gimnosofista por naturaleza, tanto que, sin percibir sacrificio alguno, era capaz de subsistir con unas galletas y un poco de mermelada. Era una especie de caballero andante de las misiones, muy lejos de las minucias de la comida o la contabilidad. El cuidado de lo primero lo dejaba en las manos del cocinero y la segunda en las manos de la Providencia”.

En fin, resumiendo, Enrique ha sido un compañero sembrador de paz, alegría, bienestar, compañerismo, ilusión y hacía fácil vivir feliz y a gusto.

He sentido profundamente su marcha, pero me alegra saber que está feliz con el Padre; tenía una fe a toda prueba. 

Miguel López del Bosque nos dice: Hasta aquí la opinión de Jesús Grisaleña sobre Enrique que suscribo plenamente.

Quiero añadir que, a nosotros, a Martín y a mí (supongo que a todos) nos trató de forma exquisita, todo atención y dedicación. Le rompí el cierre de la guantera del coche cuando nos fue a esperar al aeropuerto. Me pidió abrirlo y yo, en vez de girar el botón, tiré de él… más de lo normal y lo rompí. Su respuesta fue una carcajada y ponerme el apodo de “manazas” pero en tono simpático y afectivo. Durante esos días estuvo totalmente a nuestro servicio y disposición dándonos ánimos en todo momento, pintándonos el panorama fácil.

También su vida en España fue de una gran entrega, con sus alumnos, que lo querían de veras y con su actividad de voluntario en “Cáritas” cargando con penas y pesares de las personas que acudían y que, después, él se las cargaba en su almario y nos las comentaba a los amigos para, compartiendo, descargarse de tales pesos pues el mal compartido queda diluido.

Atento en todo momento, servicial sin límites, dialogante compartiendo sus análisis y proceso… En una palabra, amigo.

 

Y Adolfo Yáñez, desde Portugal, nos dice:

RECORDANDO ENRIQUE FERRANDO 

Llegué, de barco, a Beira (Mozambique) en el año de 1968. En el puerto me esperaba Enrique; un señor de media edad, alto, delgado-enjuto y elegante, acompañado por alguien que me conocía, ¿Miguel López del Bosque?, ¿Jesús Camba? Recogimos las maletas que traía y nos fuimos directamente a la casa-parroquia-misión de la Sagrada Familia, situada a las afueras de ciudad, muy cerca del aeropuerto internacional de Beira. Una casita recién construida em un espacio urbanizado, un terreno lateral para jardín que en pocos meses lo utilizamos para construir una capilla-iglesia con techo de “uralita”.

Enrique me recibió como un verdadero hermano mayor, con varios años de experiencia misionera en el norte de Mozambique (Mukumbura).

De esta su experiencia en la misión de Mukumbura me hablaba muy poco, pero también no dejaba de referirse a ella cuando me quería explicar algunos de mis comportamientos y actitudes que yo debería tener con la gente en particular con los africanos.  

Enrique fue siempre muy generoso, transparente y amigo para conmigo. Nuestras conversaciones en aquellas largas noches africanas, los temas de conversación eran los más diversos, desde los más personales y vulgares hasta los más preocupantes, como la guerra por la independencia de Mozambique, protagonizada por la FRELIMO, o la ortodoxia y conservadurismo de la jerarquía eclesiástica, en particular del obispo de Beira, confrontándolos con la apertura y las contribuciones salidas del Concilio Vaticano II.

Tras estas conversaciones y con no poca ingenuidad, Enrique estaba dispuesto a todo, desde escribir en el periódico provincial (y Enrique escribía muy bien) a enfrentarse directamente con el Obispo, hablar con otros misioneros portugueses o extranjeros, para formar un grupo de presión, etc.

También tuvimos varios desencuentros y discusiones sobre la pastoral que debíamos seguir, sobre nuestras propias conductas, etc., que Enrique lamentaba muchísimo, contribuyendo, una y otra vez, a facilitar nuestro reencuentro. Este espíritu de reconciliación, demostrado por Enrique, me hace recordar un Enrique muy genuino, muy sincero, muy amigo y de una suprema generosidad.  Adolfo Yáñez Casal.

          Y Ángel Saiz comenta: Conocí a Marga Mira, su mujer, en la Residencia de Ancianos ORPEA, en Las Rozas, Madrid, donde era atendido Enrique en los últimos tiempos de su vida. Marga estaba siempre con él. Se casaron en 1974, falleció el 21de febrero de 2019, es decir, disfrutaron de 47 años de vida matrimonial. Me consta que, si Enrique fue feliz en Mozambique, no lo fue menos durante la convivencia con Marga y su hija Raquel.

Fui varias veces a visitarles a la residencia, Enrique se alegraba mucho de verme. Ya estaba bastante deteriorado, pero el cariño que le dedicaba Marga me conmovía. Era un cariño y una ternura que yo admiraba. Tuvo la gran suerte de conocer a Marga en un viaje a Valencia, según me dijeron. “He conocido a un ángel”, decía siempre recordando este encuentro.

Yo trabajaba en Escuela Española y seguía con verdadera atención sus artículos en la revista Religión y Escuela, escritos mientras Enrique trabajado como profesor en el Instituto Isaac Newton, de Madrid. Por ella supe que se había secularizado, pero sus artículos mostraban siempre sus profundas convicciones religiosas y pedagógicas, su elegancia de estilo y su clarividencia y honradez al exponer los temas.

En el Instituto organizaba todo tipo de actividades, sus compañeros lo sentían como el alma del Centro, tenía iniciativas de todo tipo. Cuando se jubiló nos dijo por correo electrónico que a partir de entonces se iba a dedicar a lo que había sido la ilusión de su vida: entregarse al servicio de los necesitados como voluntario en Cáritas. Desde Barcelona, Lluís Mallart comentó escuetamente: “Y creíamos que los del IEME erais unos carcas…”

Enrique y Marga tienen una preciosa hija, Raquel, fruto de un amor profundo y tranquilo, que atesora un poquito de cada uno de sus padres en su interior. Puedo aseguraros que la complicidad que tuvieron padre e hija, estaba sostenida en la sensibilidad que ambos compartían ante las emociones ajenas, animales, literatura y justicia política y social. Ella se muestra grandiosamente agradecida y agasajada por la vida, que le entregó como regalo, unos padres magníficos, fuera de lo común, quienes le enseñaron valores férreos sobre el amor al prójimo. Ella misma intenta repetir el patrón con su hijo Yago, el nieto de Enrique, enseñándole la estela y la estrella que su abuelo dejó en el corazón de todos los que tuvieron la suerte de conocerle y compartirle.

 

 

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