El P. Eliseo

 

EL PADRE ELISEO

A cargo de Waldo Fernández

 

 Publicado en el número 293 de la revista Misiones Extranjeras,

correspondiente a abril-junio de este año

 

La fotografía de los "superiores”:  de Izquierda a derecha, los reverendos Manuel Bodenlle, Mons. Lecuona, José A. Izco, José Valdavida, Eliseo Quintana, Rafael Janín y Eladio Díaz. Sacada hacia 1964 y recibida de Miguel L. del Bosque.


El Padre Eliseo -así, a secas- fue el “eterno” Director Espiritual en el Seminario de Misiones, en Burgos. Allí estuvo entre 1948 y 1968, los años de mayor afluencia de seminaristas a Burgos, a quienes él acompañó en la forja de su espíritu misionero.

Había nacido el 10 de agosto de 1911 en Valluerca de Valdegovía (Álava), en el seno de una familia profundamente creyente. “Yo he aprendido lo que es la bondad de Dios viendo la bondad de mi padre”, diría años más tarde, precisamente en el funeral por su padre.

Tras pasar por el seminario de Vitoria, donde estudió latín y humanidades, llegó en septiembre 1929 al Seminario de Misiones de Burgos. En los cursos de filosofía y teología obtuvo sobresaliente en todas las asignaturas. La guerra civil se cruzó en su camino, y prestó servicio en el frente como camillero. Finalizada la contienda, retornó al Seminario, y fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1940. Los cuatro años siguientes permaneció en el Seminario como profesor.

 En esos años elaboró el primer proyecto del “Gran Seminario de Misiones”, que habría de ser inaugurado en 1950. Sobre aquel boceto trabajaron los arquitectos municipales de Burgos.

El 31 de marzo de 1944 zarpó de Bilbao el barco “Cabo de Hornos”, en el que iba el Padre Eliseo Quintana Robredo, con destino a Colombia. No fue muy larga su actividad misionera en Colombia, ya que cuatro años más tarde sus superiores le llamaron nuevamente a Burgos para hacerse cargo de la Dirección Espiritual de los seminaristas.

Era una persona sumamente responsable y exigente consigo mismo. No se permitía perder un minuto. Su fama de metódico traspasaba los muros del Seminario. Todos los días iba a celebrar misa a la casa de las Religiosas Hijas del Calvario; y en Burgos se comentaba que, cuando él pasaba a las 7:15 de la mañana por la plaza de Correos, el guardia que dirigía allí el tráfico ponía su reloj en hora…

Algunas religiosas Hijas del Calvario aún recuerdan sus clases de Teología, Cristología, Misionología, Ascética y Mística, Moral, etc. También recuerdan que, aunque de entrada parecía serio, se reía a carcajada con las ingenuas preguntas de las novicias. Y recuerdan cuando llegaba a primera hora de aquellas gélidas mañanas de invierno en su bicicleta, aterido de frío…

Le gustaba pasar la Navidad en el pueblo, con su familia. Antes de celebrar la Misa, pasaba una hora en oración en la fría Iglesia. Los sabañones no se le iban de las manos en todo el invierno. Ah, pero eso sí, disfrutaba enormemente jugando a las cartas con sus padres y hermanas.

En 1968, en plena revuelta de las aguas postconciliares, sintió que no estaba capacitado para continuar con su responsabilidad, y dimitió de su cargo. Meses después fue destinado al grupo misionero de Costa Rica, donde asumió la parroquia de Upala, una apartada región de la provincia de Guanacaste. Allí era simplemente Eliseo, aunque a sus compañeros, que habían sido alumnos e “hijos” espirituales suyos les costaba tutearle.

Para entonces él ya tenía 57 años. Era menudo de cuerpo, pero grande y joven de espíritu. Su capacidad de trabajo permanecía intacta, lo mismo que su ilusión evangelizadora. La Parroquia contaba con 62 poblaciones, de distinto tamaño. Inspirado en el Concilio II y la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín, se propuso reactivar cristianamente aquellas comunidades. Salía de su casa, a veces acompañado por otro sacerdote, el domingo por la tarde, y regresaba el sábado. Estaba tres días en cada comunidad. Visitaba a las familias en sus casas, pero el trabajo se centraba sobre todo en las reuniones donde se analizaba la realidad, se estudiaba la Biblia, se profundizaba en el mensaje de Jesús de Nazaret, se celebraba la Eucaristía…

Era una dinámica de trabajo agotadora, pero él tenía tiempo para todo. Le gustaba mucho leer, sobre todo, según decía, libros que le cuestionaban y le hacían pensar.

En mayo de 1983 participó en la V Asamblea del IEME, en representación de su grupo de Costa Rica.

En 1986, cuando se estaba gestando la creación de un nuevo grupo del IEME en Nicaragua, se ofreció voluntario. Estuvo un año en la Parroquia de Jalapa y dos años en el seminario de Estelí, de donde pasó en 1991 al Seminario Interdiocesano Nacional de Managua, donde estuvo nueve años como director espiritual. La puerta de su habitación estaba siempre abierta para quien quisiera hablar con él. En sus últimos tiempos la enfermedad le fue minando. Su cuerpo pequeño se debilitaba más y más, pero su mente seguía siendo clara y su espíritu vigoroso. La gente sencilla de Managua iba a visitar “al santo que se está muriendo…”.

Pero no murió en Managua. Regresó a España en noviembre de 2000, con su salud ya muy quebrantada. Y falleció el 7 de septiembre de 2001, a los 90 años. Hasta las últimas horas su espíritu continuaba en Managua con sus seminaristas y compañeros.

Unos meses antes, había escrito al Director del IEME: “Me doy cuenta de que tengo que estar preparado para el encuentro con el Señor. ¡Qué dicha pensar que esto puede ser cualquier día! (…) En eso estamos. Esperando el gran día del Señor”.

………………….

De una carta al Director General del IEME, poco antes de morir:

“Ayúdame a darle gracias a Dios, y después al IEME, por lo bien que todos se han portado conmigo, especialmente mis compañeros sacerdotes, todos, a porfía, me han dado un trato de privilegios. En todas partes. Siempre me he entendido muy bien con todos; especialmente mis compañeros de trabajo. En nuestra pastoral nos hemos llevado muy bien. Y en los contratiempos me han aguantado con caridad. No sé el tiempo que me queda en mi labor misionera. Con estas personas se puede ir hasta los confines del orbe y hasta el fin del mundo. Cuánto se lo agradezco a todos. Lo mismo los seminaristas, por todos los seminarios que he pasado tan distintos. Siempre me han querido mucho, más de lo que creía y merecía”.

Managua, 19 de agosto de 2000

Comentarios

  1. De parte de Rafael Janín:
    He leído la semblanza del P. Eliseo. Los recuerdos casi me han hecho llorar de emoción: no exagero. ¿Añadir comentarios? ¿Por dónde empezar?
    1) Como ya dije en mi propia semblanza, él fué el que me resolvió el empate entre los directores espirituales de Pamplona y de Comillas. Aquella semana misional y aquella entrevista con él, fué el momento decisivo para venirme al Seminario de Misiones.
    2) De seminarista, le tengo que agradecer toda mi vida (y espero hacerlo en la eternidad) porque, a pesar de cosas en mi vida que a otro director espiritual le habrían llevado a decirme que no tenía vocación, él creyó en mis posibilidades de recuperación para una vida sacerdotal y misionera.
    3) De mis tiempos de director espiritual y profesor, el gran recuerdo es su famosa "espantá", a la que Waldo alude muy discretamente llamándola dimisión. Se escapó del Seminario un buen día sin decir nada a nadie. Hubo que deducir, cuando no se le encontró por ninguna parte, que se había marchado. Luego supimos que a su pueblo. Y era la víspera de comenzar los seminaristas del Año de Formación los ejercicios de mes. Creo que ya entonces era Rector Pedro Mahamud. Que sería, deduzco, el que me dijo: Rafael, ahora te toca a tí. Suerte que el año 1963 yo había hecho los ejercicios de mes en Pedreña con mi antiguo director de Comillas, el Padre Nieto. Lo demás es conocido: Chuchi Gómez me sucedió como director espiritual de los filósofos y a mí me cayeron, sin dejar las clases de eclesiología, los teólogos y el Año de Formación... que yo mismo no había hecho completo-
    4) Pero antes de esa "espantá", otro recuerdo es que, con el frío de Burgos y la falta de calefacción, y con la necesidad que yo tenía de echarme la siesta para estar despejado por la tarde, ¡cuántas veces le pedí al P- Eliseo cuando me confesaba: ¡Mándeme en penitencia echar la siesta! Y él, comprendiendo, me lo mandaba.
    5) Muchos recordarán también el día que, yendo en su consabida bicicleta a la consabida hora a la consabida misa en las Religiosas Calvarias, se cayó de la bici y perdió el conocimiento. Suerte que se repuso pronto; pero luego él decía que no se acordaba de nada de su caída, que lo último que recordaba era cuando salió de su cuarto. Así suele pasar en golpes como ese.

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