José María Rojo, misionero en Perú.
JOSE MARÍA ROJO
Misionero en Perú
José María Rojo en 1966 y en 2013
Nos decía Josemari en su libro “El confinamiento activa la memoria”, publicado en abril de 2020, que en Perú ha tenido, hasta la fecha, cuatro etapas de apostolado misionero: Chimbote, Juliaca-Puno, Ica y Lima Sur. Además, a Josemari Rojo le agradecemos los cuatro libros que tiene publicados:
- “Valió la pena apostar. Mis años de misión en el Perú. Selección de artículos. Lima, junio 2016”, publicado mientras el autor era Director General de IEME. En él el lector se siente llevado de la mano de José Mari a compartir con él sus actividades, sus experiencias, sus alegrías y sus contratiempos, sus aprendizajes y sus vivencias humanas y pastorales por aquel inmenso y enorme país que es Perú.
- “¿Papaya o Huarango?” Mis dos primeras etapas
misioneras en el Perú”, Madrid 2017. Como
decía el propio José María Rojo, este libro “sirve para los casi 40 años de mi
estancia en el Perú. ¿Cómo son mis frutos? ¿Ricos y sabrosos? ¡Entonces soy
papaya! Pero ¿y cómo son mis raíces? ¿Firmes y profundas buscando la humedad?
¡Entonces soy huarango, el árbol del desierto! Vosotros juzgaréis. Por mi
parte, os digo que no sé si he dado mucho fruto, pero sí he gozado y saboreado
muchos frutos (¡no renuncio a ser papaya!), pero reconozco que, casi sin querer,
mis raíces en Perú han bajado muy al fondo y es casi imposible tumbar ese
arbolito que fue trasladado desde la tierra de Campos, en el Sur de León, a los
arenales del desierto peruano y también a las duras y frías llanuras del
Altiplano…”
A diferencia de “Valió la pena apostar”, que recoge artículos publicados por el autor entre 1993 y 2013, básicamente en sus dos etapas de Ica (1993-2003) y Lima- Sur (2005-2013), en el libro “Papaya o Huarango” recoge su experiencia personal y vivencial en Chimbote y Juliaca (1975-1988).
- En su tercer libro, “El confinamiento activa la memoria”, publicado en abril de 2020, nos informa de su compromiso humano y misionero en estas cuatro etapas de su andar pastoral por aquel país.
Francamente,
admiramos su actividad pastoral por aquel país. Y cuando comenta su primera
etapa misionera, llevada a cabo en Chimbote, no nos cansamos de admirar la
vitalidad eclesial del laicado en Perú. De ello ya nos había comentado bastante
Cirilo Terrón (q.e.p.d.) en su libro “Mis recuerdos”. Y en sus confidencias
pastorales, el autor nos comunica asimismo la seguridad y la firmeza con que el
laicado aconseja a sacerdotes y Obispos, una seguridad exenta de soberbia y
totalmente espontánea, sincera y desinteresada.
Yo me pregunto:
¿De dónde han sacado estos fieles esa vitalidad eclesial y religiosa, profunda
y evangélica que se percibe en no pocos lugares de Latinoamérica? No me cabe
otra respuesta que reconocer que esa cosecha se ha debido a la labor de los
sacerdotes nativos y de los misioneros que han predicado allí el Evangelio a
través de muchos años, quizá siglos. Y me pregunto si esa fe se mantendrá en el
futuro. El ejemplo de los sacerdotes de ahora es decisivo y Josemari va por ese
camino, no nos cabe la menor duda. Brindo porque todos los demás mensajeros
sean eficientes y sigan las huellas de sus antepasados, algunos de los cuales
pagaron con su vida tanta entrega y tan hermosa labor apostólica
(Vicente Hondarza en Perú, junio 1983, y otros misioneros del IEME y de fuera del
IEME).
Dice Josemari
que Chimbote, “la ciudad de la pesca y del acero” era un auténtico
laboratorio de experiencias y compromisos sociales y políticos, tanto para los
partidos políticos y agentes sociales como para la propia iglesia. Allí
descubrió lo que había puesto en marcha hacía pocos años el Concilio Vaticano
II, allí se encontró con cristianos comprometidos militando en partidos
marxistas y comunistas; pero siempre con una mente abierta y dispuesta a
cambiar si hiciera falta. Por cierto, mente abierta y también puesta en juego
permanente por parte de los cristianos conservadores. No es de extrañar que
allí, en Chimbote, en 1968, Gustavo Gutiérrez acuñara la expresión “Teología de
la liberación”, meses antes de celebrarse Medellín.
En su etapa
de Juliaca (Puno) el autor se encuentra con un abigarrado
“pueblo joven” en torno al centro de esa otra explosiva ciudad altiplánica
(Juliaca) con fuerte presencia de las etnias indígenas quechua y aymara. Ciudad
eminentemente comercial, aunque con fuerte relación con sus comunidades
campesinas de origen. Estas comunidades son más cerradas, quizá, en sí mismas y
en sus tradiciones. Allí fallan experimentos puestos en marcha en Chimbote,
como la Catequesis Familiar, en un intento por “trasplantar” actividades pastorales
de Chimbote. Y Josemari Rojo no se avergüenza de decir que allí se le quedó
pendiente una asignatura: dominar las lenguas quechua y aymara.
Y en Juliaca
vivió de lleno el problema guerrillero de Sendero Luminoso y vivió el daño
sufrido por la gente sencilla, aprisionada en un sándwich entre la guerrilla y
las fuerzas del orden. Allí fue también una de las experiencias más
bonitas de los Agentes Pastorales de la zona: los grupos organizados de mujeres
en los “comedores populares” ante la crisis económica provocada por la pobreza
y el conflicto armado. Luego también se organizaron “huertos comunales”, que
junto con los “comedores populares” ayudaron eficazmente a solucionar las
necesidades vitales.
Josemari ya ha
mencionado en algún otro libro suyo la fortuna que tuvo de trabajar con un
maravilloso equipo de cinco obispos en la zona (“los cinco magníficos”) que,
bajo la filosofía de Pablo VI, fueron obispos cercanos al pueblo. Luego
terminaron por aparecer allí obispos más cercanos a la Santa Sede que al Pueblo
de Dios.
Y, de vuelta a
Perú, recaló en las cálidas arenas de Ica (un desierto
costero) en la costa centro-sur de Perú, donde estaba el resto de los
compañeros del grupo. Aquello era un verdadero oasis, la tierra de la uva, del
vino y del pisco. Cerca están las misteriosas líneas de Nazca. Aquí experimentó
el valor de la cercanía de los compañeros del IEME, personas con las que poder
coincidir en objetivos y proyectos pastorales.
Con los compañeros peruanos: Michel Azcueta, José
Manuel Miranda,
José María Rojo, Víctor García Teresa, Juan Febrero,
Luis Jesús López
y Andrés Gallego
Josemari Rojo se
siente a veces un comodín, un todista o un pluriempleado, porque a la vez
acomete también desde la parroquia la Catequesis Familiar (aquí sí funcionó, a
diferencia de en Juliaca). Crea un buen equipo de Medios de Comunicación para
lograr que el Mensaje sea “la noticia” en Ica. También tiene a su cargo la
capellanía de la cárcel de Cachiche (el que quiera conocer las vivencias
tenidas en dicho lugar, puede leer el libro, que le ilustrará sobradamente).
En cualquier
caso, Josemari apunta tres instituciones señeras que en aquellos años tuvieron
un sello colectivo claro: la Comisión de Derechos Humanos de Ica, defendiendo
todo tipo de Derechos Humanos (con la que José Manuel Miranda Azpiroz obtuvo un
premio y homenaje de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos el 9 de
diciembre de 2019), la creación y fortalecimiento de la Federación Provincial
de Mujeres (ellas siempre punteras en los problemas de desnutrición y
alimentación social y familiar) y la creación también de Las Casas de Salud en
los sectores marginales del campo y la ciudad. En las tres actividades se trató
siempre de que el trabajo se proyectara hacia la cristalización de políticas
públicas, superando el paternalismo y el asistencialismo. Solamente por este
enfoque que hemos comentado (políticas públicas, superando el paternalismo),
Josemari Rojo se merecía un premio internacional o nacional en favor del bien
social.
Y aquí, el autor se para porque llega a tener conciencia de que ha “tocado techo” o “ha tocado fondo”. Nota que necesita o bien reciclarse o actualizarse ante los cambios que poco a poco se han ido introduciendo en la sociedad: No quiere llegar a hacerse sin más un “cura soltero, gruñón, aburrido y rutinario”. Y en lugar de hacer un año sabático o de estudios exegéticos o bíblicos opta por hacer una Maestría en Comunicación, en la Universidad Javeriana de Bogotá, preparación que le servirá de gran utilidad pastoral en el futuro. Y desde entonces la Comunicación sigue condicionando su vida como persona.
Jose María Rojo, comunicador
De vuelta a la
actividad pastoral, tiene claro que su opción por los pobres le retrae de
trabajar en la capital de Perú, pero resulta que alguien le dice que los pobres
que busca son los que emigran a raudales hacia Lima y se establecen en poblados
marginales en torno a la gran capital. Y termina iniciando una etapa pastoral
en Villa María del Triunfo, diócesis de Lurín Lima-Sur. Pone allí
en práctica su preparación en asuntos de Comunicación y pronto termina de
responsable de la Comisión Diocesana de Comunicación y director de la revista
“Avansur”. Se encuentra con una encuesta diocesana, de un valor casi de censo,
y con aquellos datos publican un libro y un CD, que titulan “Diagnóstico de la Diócesis
de Lurín”, que tuvo gran difusión por todas las parroquias y supuso una
excelente base para el Plan Pastoral Diocesano. Con Radio Stereo Villa pone en
marcha el programa “Pa’lante”, con mensajes pastorales de valor humano, social
y evangélico. Con los audiovisuales también hace sus pinitos y descubre una
afición con la que todavía disfruta: la fotografía. “Siempre traté de buscar en
cada foto - dice - un valor agregado, algo especial que la distinguiera, que
atrajera la atención…”
Ello no le impide acometer una necesidad clamorosa en la zona de Lima-Sur: La Tuberculosis (TBC), trabajando por superar la desorganización y la dejadez de los propios enfermos y sus familias, la recaudación de fondos, la mejora en la alimentación y la vivienda digna, tan importantes para superar la enfermedad. También dedica buena parte de su tiempo a “Cine y espiritualidad”, creando actividades algo parecidas al cine fórum; pero rehuyendo las clásicas películas religiosas y hagiográficas, buscando filmes con contenidos humano y solidario, valores que tendrían que ir descubriendo los propios espectadores. Jose Mari es consciente del valor emocional y pedagógico que encierra el séptimo arte e intenta sacarle todo el partido formativo que posee.
Y en esas estaba
cuando le llaman para ser Director General del IEME, actividad que desempeñó
entre 2013 y 2018.
A continuación,
dedica unas páginas a comparar los entornos encontrados y vividos en la primera
etapa de su pertenencia a la Dirección General (1988-1993), comparados con los
encontrados y vividos en su etapa como Director General (2013-2018). Mencionando
la primera etapa, ofrece un cariñoso recuerdo a algunas figuras institucionales
del IEME como don Eustaquio Larrañaga, el P. Eliseo, Monseñor Lecuona, etc.
Informa acerca de su participación en la mejora de la revista “Id…”. Dedica
después unas reflexiones elogiosas a la Familia de Amigos del IEME, una especie
de aledaño o complemento de la propia Institución, Familia de Amigos que aporta
notorios valores al IEME. Y comentando algo su etapa como Director
General nos recuerda su famosa frase, pronunciada ya en su anterior libro
“Valió la pena apostar…”: Nunca estuve donde quise y siempre fui feliz.
Podemos pensar (y creo que no nos equivocaremos) que fue feliz porque aceptó lo
que se le encomendaba y lo desempeñó lo mejor que pudo. No hay mejor ni más
sincera puesta en manos de la Divina Providencia.
Acerca de esta
etapa en el IEME como Director General, dice: “Que no fue fácil, no fue fácil,
pero me siento satisfecho”. Un difícil equilibrio tuvo que mantener entre no
ser demasiado autoritario y no ser demasiado democrático. Y las presiones se
dejaban sentir por ambos lados. Total, que realizó su Dirección tan al gusto de
la mayoría que sufrió presiones para “reengancharle”, cosa a la que se negó y
en la que se mantuvo firme.
Y termina sus
comentarios al respecto, con unas reflexiones sobre el Centenario que
actualmente está realizando el Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME)
y sobre la epidemia del Coronavirus (del confinamiento que ha tenido que sufrir
en Perú y de los miles de fallecidos en Perú, en España y en todo el mundo),
epidemia que él califica como el Coronavirus de la Solidaridad.
Bueno, pue todavía Jose Maria Rojo publicó el año pasado su cuarto libro: “Le pasa a uno cada cosa…” Como dice la contraportada de este libro, Jose María Rojo, nos narra anécdotas que le han ido ocurriendo en su larga trayectoria misionera por Perú, y las cuenta en clave de humor. La verdad es que para escribir un libro así, el autor tiene que saber vivir su vida privada completamente “en clave de humor”. Y Josemari es un hombre, un misionero, que vive su vida con plena relajación, con parsimonia, con buena dosis de paciencia, con gran prudencia y discreción, con serenidad, con alegría... cosas imprescindibles para saber tomarse la vida “en clave de humor”.
Portada del último libro de José María Rojo
Josemari: ¡uno de los grandes! Para presumir de amigo.
ResponderEliminarFelicidades Josa Maria. Me ha encantado el compromiso con los problemas reales de la gente, con la salud que tanto aflige a quienes no cuentan con los recursos para enfrentar problemas en ese campo. El enfoque de influir para lograr politicas públicas que sienten las bases para soluciones sostenibles es el que siempre me ha parecido el más adecuado. Perú ha sido siempre el país que más disfruté de mi vida profesional, entre 1986 y 1991 en que viví y pude recorrerlo prácticamente completo por mi trabajo, y allí , entre los comuneros, fue que aprendí mucho de lo que luego me sirvió en el resto de mi vida. Por eso se que no es trabajo fácil y eso me despierta una mayor admiración. "Chapeau" ! que dicen los franceses.
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