Ultimo libro de José Antonio Izco

 

Los últimos siete años de un misionero en Japón (2011-2018)

José Antonio Izco Ilundáin

Impresión Gráficas Alzate Pamplona, 2020.

 

José Antonio Izco, trabajó como misionero en Japón desde 1972 hasta 2018, es decir, 46 años. Pero también estuvo trabajando en el seminario de Burgos como profesor y como formador. También dedicó varios años a la Dirección del IEME desempeñando funciones de responsable del Departamento de Formación o como Director General. Fue ordenado sacerdote en 1962. Es decir, que, de una u otra forma, ha sido misionero durante 56 años.

En febrero de 2011, desde Himeji, Japón, empieza a escribir una carta mensual a hermanos y familiares, contando sus andanzas de misión. Alguien de su familia guarda cuidadosamente las 82 cartas que envió hasta mayo de 2018, en que vuelve a Navarra. Y ese es el contenido de su último libro “Los últimos siete años de un misionero en Japón (2011-2018)”. En él cuenta sus charlas bíblicas semanales en varias parroquias de Japón, sus visitas a los enfermos, sus charlas preparatorias para recibir la confirmación de futuros cristianos, sus reuniones mensuales con budistas y con protestantes, etc. En esas cartas comparte con libertad los afanes, trabajos y alegrías de su andar misionero por Japón. Y de vez en cuando intercala alguna poesía suya, en la que manifiesta sus vivencias, sus ilusiones y sus deseos más íntimos.

Le llama la atención las escasas conversiones, los pocos bautizos que realizan los sacerdotes católicos entre los ciudadanos japoneses. Bien es cierto que los colegios regentados por órdenes religiosas son numerosos y de gran prestigio. Bien es verdad que las ceremonias católicas gustan a los nativos, que está muy de moda en Japón casarse por el rito católico, que en las navidades se inundan las calles y las tiendas de villancicos occidentales, e incluso que se acercan frecuentemente a comulgar para recibir tan solo la bendición del sacerdote. Pero las conversiones son mínimas.  De los 127 millones de habitantes en Japón, solo son católicos unos 440.000 japoneses y otros tantos no japoneses (corenos, filipinos, peruanos, vietnamitas…), es decir, menos del 1 % de los habitantes de Japón.

Y gracias estas cartas que Jose Antonio Izco manda todos los meses a sus familiares de Navarra y de España, sabemos que el día 1 de enero es fiesta nacional en Japón, que en septiembre abundan los tifones y que causan grandes destrozos, que hay terremotos frecuentes, que la escritura japonesa tiene cierto parecido con la china (quizá debido a un antiguo origen común), que en Japón hay una clase social excluida desde tiempos inmemoriales (los "barakunin"), como ocurre en Europa con los gitanos y que los famosos cerezos en flor son un espectáculo maravillo en Japón, pero que se trata de cerezos que no dan cerezas.

Son frecuentes los acercamientos a los sacerdotes (en concreto a José Antonio Izco) para charlar sobre la vida, sobre los problemas del trabajo o de la exclusión social o de los problemas que plantean los hijos o del estrés que sufren los trabajadores… En esas cosas sienten a los sacerdotes católicos y protestantes como muy cercanos y muy abiertos a la compresión.

Pero a pesar de la poca aceptación del catolicismo, la población está muy abierta a cualquier otra religión distinta de las dos oficiales: la budista o la sintoísta. Por lo visto, cuando los americanos, después de perder los japoneses la guerra del Pacífico, obligaron al emperador a decir que él carecía de la supuesta divinidad, les supuso a los japoneses un trastorno espiritual tan profundo en sus convicciones tradicionales religiosas que hoy en día se ha instaurado en la conciencia de la mayoría de los japoneses la desconfianza más absoluta hacia todo concepto religioso.

Me llama la atención el que en dos de sus encuentros interconfesionales cuenta José Antonio que un monje budista les habla a los sacerdotes de la importancia de la oración y, sobre todo, de la oración en común. Pero no dice ese budista qué había que rezar ni a quién había que rezar. Eso le desconcierta a José Antonio. Yo creo que un budista, cuando reza, no reza pensando en una divinidad ajena a sí mismo ni reza para pedir cosa alguna, simplemente baja a su interior a “bucear” y a buscar lo que el ser humano lleva dentro de sí, sea ello lo que sea.

De todas formas, veo que en la carta 1 de marzo de 2017 menciona a Adolfo Nicolás, que fue superior de los jesuitas, quien decía “que a los misioneros del Japón nos tenían que haber inculcado mucho más la urgencia de estudiar bien las religiones de aquí: budismo y sintoísmo. Porque, además, el budismo tiene raíces tan cristianas como el desapego de las cosas terrenas y la convicción de que todo es transitorio. Y la compasión y la misericordia son también virtudes budistas”. Y también - añadiría yo -  convendría conocer a fondo la mística cristiana y católica (san Juan de la Cruz, Ruysbroek, Tauler, Ekhart, Molinos, Raimundo Lulio) para saber que las religiones orientales y occidentales no están tan lejanas de entre sí como parece. Posiblemente - esta opinión es mía - ahí está una de las posibilidades de acercamiento interconfesional.

Por cierto, una vez al mes Jose Antonio acudía (casi siempre él como único representante católico) a las reuniones de sacerdotes católicos, pastores protestantes y monjes budistas para hablar de temas diversos, no solo de temas religiosos. No se trataba de realizar ningún acercamiento, solamente intercambiar impresiones y rezar juntos. Pero nunca nadie convenció a nadie, simplemente se trataba de practicar el diálogo interconfesional, sacando los temas que los unen, no los que los diferencian. Comenta José Antonio que una noche le despertaron unos individuos que debían de estar de juerga y no tuvieron otra ocurrencia que preguntarle por teléfono, a altas horas de la madrugada, por las cosas que separaban a los católicos de los protestantes. “En estos momento - contestó - ninguna, todos estamos durmiendo”.

Una vez al mes se reúnen los sacerdotes del IEME para pasar un día de convivencia, analizar la situación religiosa en Japón e intercambiar impresiones. En marzo de 2014 les visita José María Rojo, entonces Director General del IEME, para ellos fue todo un acontecimiento que agradecieron mucho.

 Es un libro que se lee con gusto. Es un libro fundamental para conocer la actividad misionera de Izco en Japón, para percatarnos de la sencillez y la profundidad de su alma, sus afanes pastorales y sus actividades extrapastorales. Y para conocer también las relaciones con su diócesis navarra y con su familia, lazos que nunca olvidó.

El 3 de mayo de 2018 envía su última carta comunicando su vuelta definitiva a Navarra, a los 80 años. Reside en Pamplona desde 2019.

Pero ahí están los misioneros del IEME, con su peculiar vocación misionera, con su generosidad a raudales, su búsqueda continua de métodos adecuados para la difusión del Evangelio entre los fieles y ciudadanos de las dos diócesis de Osaka y Takamatsu en las que desempañan su apostolado. Pero con paupérrimos resultados. Efectivamente, el cristianismo, ejemplarmente predicado con la palabra y con el ejemplo no solo por los misioneros del IEME sino por muchas confesiones cristianas y órdenes religiosas católicas, siempre ha significado una minoría muy minoritaria entre los 127 millones de habitantes que tiene Japón.


Y así, en el año 2000 los misioneros del IEME en Japón “saben que en toda la diócesis de Takamatsu los católicos son sólo 5.524 entre los cuatro millones de habitantes de la isla; y que en la otra diócesis, Osaka, suman 55.915 fieles católicos en medio de unos 14 millones; y que en todo el país los 443.644 fieles registrados representan un casi insignificante 0’3 % del total de una población.

Como anécdota curiosa, que nos causa cierta sorpresa, es que la penetración del estilo cristiano en el mundo japonés circundante está circunscribiéndose a las bodas de no cristianos celebradas en las iglesias católicas. No está siendo una moda pasajera. En la percepción de muchos misioneros “son una gran ocasión para la gracia de Dios, un buen camino para acercar el Reino de Dios al corazón de la gente joven”. Si bien verdaderamente no se trate más que de una moda poco más que folclórica.

Lo que asombra es la constancia de nuestros misioneros, año tras año, con su optimismo y esperanza frescos, sin marchitar, con buenos resultados (los menos) y con muchos contratiempos (frecuentes). Ese temple heroico no cabe duda que les viene heredado de san Francisco Javier, no en vano buena parte de los misioneros del IEME destinados en Japón son navarros. Y ese es el mensaje más claro del libro de Izco: el entusiasmo y la entrega generosa de los misioneros del IEME a pesar de los escasos resultados. No se abaten por ello, replantean una y otra vez sus estrategias, sufren, trabajan, vuelven de sus vacaciones a trabajar con ilusión en las parroquias que tienen asignadas. Eso es lo que más nos desconcierta a los que estamos acostumbrados, en el mundo occidental en el que vivimos, a trabajar y a sembrar solamente allí y en aquello en lo que tenemos garantizados ciertos resultados.

Un obispo auxiliar de Tokyo, Mons. Mori, responde: “Una de las razones por las que los japoneses se resisten a asimilar el Cristianismo, por muchos aspectos buenos que presente, es porque la expresión concreta de la fe cristiana ha estado tan ligada a la cultura occidental que la forma peculiar del pensamiento japonés se resiste a aceptarla”. ¿Orientalizar la fe cristiana? ¿Occidentalizar el alma japonesa? Ese es el dilema.

De momento, la lectura del libro de José antonio Izco nos descubre a un misionero muy cercano a todos los necesitados y desfavorecidos de su parroquia. Acuden a él gentes en paro, personas deprimidas, viudas con problemas, mujeres abandonadas por sus maridos, prostitutas, escluidos “barakunin", antiguas alumnas del colegio cristiano cercano a su casa, gente sin techo, enfermos desahuciados… Hasta en una ocasión llamaron a su puerta tres hombres muy bien vestidos (posiblemente mafiosos, deseando poner a prueba la autenticidad evangélica del misionero) pidiéndole una manta “porque uno de ellos no tenía dónde dormir”. José Antonio les dio dos mantas recién lavadas, que luego le fueron devueltas en un elegante paquete.

No crecerán los bautizados en Japón, efectivamente, pero el amor al prójimo está a toda prueba en todos los misioneros cristianos. Y todos sabemos que ese amor es la esencia del evangelio.

 

 

 

 

 

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