Adiós a Juan José Guerra - Waldo Fernández

 DIFÍCIL ADIÓS A MI ENTRAÑABLE JUANJITO 

Por Waldo Fernández 

El pasado 24 de julio falleció en Tapachula, Chiapas, México, mi amigo Juan José Guerra Rodríguez, por COVID-19. Aún conmovido profundamente por la noticia y el amistoso dolor, no he podido resistir la tentación de escribir algo sobre él para él y para todos, con todo mi cariño para su mujer Sonia, sus hijos Tenchi, Veracruz y Juan José, y sus nietos.

 


La noticia me golpeó el 24 de julio en la ciudad de Jerez de la Frontera. Teníamos una boda por la tarde. Suena el móvil, avisando de que ha entrado un guasap. Lo abro y casi me desplomo. Me siento en un bordillo. "Qué te pasa? me dice Clara. "Que se ha muerto Juanjito", y no pude decir más, mientras la humedad se adueñaba de mis ojos. Y el día ya no fue igual. Y la boda para mí tampoco fue igual. Me recordé muchas veces a lo largo del día de un dicho de mi madre: "No todo los ojos lloran el mismo día".

Hace casi 50 años llegamos juntos a Guatemala, con Gonzalo y Jacinto, cargados de ilusiones. Tres días después nos sumergíamos en la selva de El Petén y en el desafío de compartir el mensaje de Jesús de Nazaret con gentes de otra cultura, otras costumbres, otros modos de ser, de ver las cosas, de relacionarse... Juan José Guerra Rodríguez pronto pasó a ser el "padre Juanjito", diminutivo que no iba asociado a su tamaño, sino a su cercanía, a su ser entrañable, que invita a la intimidad y el cariño. Fue al que menos le costó la adaptación a aquel mundo, porque no hay dificultad grande cuando se tiene un corazón grande. Y el de Juanjito era enorme.

De aquellos años misioneros en El Petén, tan idílicos tal vez por lejanos, no podría decir si era el que mejor trabajaba, pero sí el que más trabajaba. Formaba parte del equipo que vivíamos en Poptún, pero su área de trabajo era una extensa zona rural (en realidad allí todo era rural...). Se iba los martes por la mañana, pasaba la semana de aldea en aldea y volvía los domingos por la noche. Nunca tuvo límites para entregarse a la gente. Y por eso era raro que volviera el domingo con su “equipo completo”, porque le había regalado su colcha a un viejito enfermo, o su hamaca a una señora que acababa de dar a luz, o su biblia a un catequista que la había perdido en un aguacero… Ese era su lenguaje, y toda la gente lo quería. Lo queríamos.

No era raro que, a media semana, un aldeano enviado por él llegara a nuestra casa. “Que al padre Juanjito se le ha quedado el carro entre Colpetén y El Ocote…; que si pueden ir a jalarlo…”. Y es que con frecuencia calculaba mal y se metía donde no podía salir. Y allá me iba yo, con el Toyota Landcruiser y el cable a sacarlo… ¡Cuántas anécdotas y peripecias! ¡Cuánta vida compartida, a veces al filo de la navaja, en aquella Guatemala aún querida!

Me escribe un amigo guatemalteco: “Resulta muy difícil expresar lo que uno siente en momentos como éste. Juanjito deja un gran vacío. Siempre perdura intacto el cariño y afecto para él y familia. El tiempo que trabajo en Petén dejó una huella muy grande, con su lucha incansable por las personas más necesitadas, y él siendo siempre una persona sencilla y humilde. Dios le brindó la dicha de tener una esposa y una familia maravillosa, con los mismos valores y principios que el siempre cultivó…”

 

Juan José Guerra, en 1964,  en el seminario de Misiones de Burgos

A finales de los 70´s se casó con Sonia y se radicaron en Tapachula, Chiapas, México, muy cerca de la frontera con Guatemala. Pasamos sin vernos ocho o diez años. Pero a los cinco minutos de llegar a su casa de Tapachula, como que el tiempo no hubiera pasado. Entonces entendí lo del “decíamos ayer”. Reímos los dos hasta llorar recordando anécdotas y situaciones. “Nunca he visto reír tanto a Juan José como hoy contigo”, me dijo Sonia. Dicen que es uno de los indicadores de la amistad, cuando sabes que el amigo está ahí, aunque pasen años sin verlo. Era el mismo Juanjito de siempre. Todo el mundo le saludaba por la calle: “Adiós, profesor Guerra”, “mucho gusto, licenciado Guerra”, “buenas tardes, don Juan José”… “Me da la impresión de que voy con Carol Vojtyla en el papamóvil”, le dije.  Y él, con su sencillez: “La verdad es que tengo aquí muchos amigos, aunque ninguno como tu o Miguel (Morillas)”. Guardo la frase como una de los mayores elogios que he recibido.

El día 23 de julio, él mismo nos había comunicado que estaba preocupado "por esta maldita enfermedad". Poco después un guasap de su mujer confirmaba que estaba contagiado, y agregaba “esperemos lo supere lo antes posible”. El 24 recibimos la noticia de que se había ido, y nuestro corazón se encogió, adolorido.

Luego nos hemos enterado de que desde hace varios años sufría un enfisema pulmonar. El COVID-19 encontró terreno abonado. El virus se lo llevó en unos días. Porque Juanjito solo se preocupaba de los demás, y nunca supo cuidar de sí mismo ni se preocupó jamás de su salud. Nada pudieron hacer con él sus tres hijos médicos

Rescato frases que me han llegado estos días, expresiones distintas de sentimientos compartidos: “Una plegaria ante el Padre común, para que sea bien recibido y alcance la paz”; “se adelantó, él esta con el Padre”; “buen retorno al universo donde nos encontraremos todos”; “le deseo un feliz encuentro con la energía amorosa que es inmensa”…

Juanjito, como todas las personas buenas, permanecerá siempre en nuestro recuerdo y nuestro corazón.

 

 

 

 

 

Juan José Guerra, en 1964

 

A finales de los 70´s se casó con Sonia y se radicaron en Tapachula, Chiapas, México, muy cerca de la frontera con Guatemala. Pasamos sin vernos ocho o diez años. Pero a los cinco minutos de llegar a su casa de Tapachula, como que el tiempo no hubiera pasado. Entonces entendí lo del “decíamos ayer”. Reímos los dos hasta llorar recordando anécdotas y situaciones. “Nunca he visto reír tanto a Juan José como hoy contigo”, me dijo Sonia. Dicen que es uno de los indicadores de la amistad, cuando sabes que el amigo está ahí, aunque pasen años sin verlo. Era el mismo Juanjito de siempre. Todo el mundo le saludaba por la calle: “Adiós, profesor Guerra”, “mucho gusto, licenciado Guerra”, “buenas tardes, don Juan José”… “Me da la impresión de que voy con Carol Vojtyla en el papamóvil”, le dije.  Y él, con su sencillez: “La verdad es que tengo aquí muchos amigos, aunque ninguno como tu o Miguel (Morillas)”. Guardo la frase como una de los mayores elogios que he recibido.

 

El día 23 de julio, él mismo nos había comunicado que estaba preocupado "por esta maldita enfermedad". Poco después un guasap de su mujer confirmaba que estaba contagiado, y agregaba “esperemos lo supere lo antes posible”. El 24 recibimos la noticia de que se había ido, y nuestro corazón se encogió, adolorido.

 

Luego nos hemos enterado de que desde hace varios años sufría un enfisema pulmonar. El COVID-19 encontró terreno abonado. El virus se lo llevó en unos días. Porque Juanjito solo se preocupaba de los demás, y nunca supo cuidar de sí mismo ni se preocupó jamás de su salud. Nada pudieron hacer con él sus tres hijos médicos.

 

Rescato frases que me han llegado estos días, expresiones distintas de sentimientos compartidos: “Una plegaria ante el Padre común, para que sea bien recibido y alcance la paz”; “se adelantó, él esta con el Padre”; “buen retorno al universo donde nos encontraremos todos”; “le deseo un feliz encuentro con la energía amorosa que es inmensa”…

 

Juanjito, como todas las personas buenas, permanecerá siempre en nuestro recuerdo y nuestro corazón.

 

 

 

Comentarios

  1. Por la foto lo he recordado como uno " de los mayores" de cuando llegamos a Burgos. Esa sonrisa inconfundible es muy fácil de recordar. Comparto la tristeza de quienes tuvieron el privilegio de trabajar con él y todos estamos seguros que de está ahora mejor que nunca.

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