Cirilo Terrón, misionero en América

 

Cirilo Terrón

Misionero en Colombia, Perú y Nicaragua

  

Con Daniel Camarero, Manuel Mandianes y Enrique Ferrando,

hacia 1978, para publicar en la revista “Id…”


Cirilo Terrón vino al Seminario de Misiones ya de sacerdote, procedente de la diócesis de Plasencia. Hizo el Año de Formación en el curo de 1964-1965 y con los compañeros Peciña, Lerchundi, Buendía, Llanillo, Germán R. Prada, Alfredo Díaz, Gomis, Planells, Bernardo, etc. Para diferenciarle del otro cura, llamado Mario (que vino de Asturias y al que llamábamos “el cura de la teja” porque no se la quitaba nunca), a Cirilo le reconocíamos por “el cura de la gorra” o “de la boina” porque siempre iba con ella.

        

         Cirilo fue enviado a Colombia, a Perú y a Nicaragua. Su incondicional postura de alineamiento a favor de los pobres le permitió recibir tres “baculazos”, como dice él en su voluminoso libro “Mis recuerdos”, y fue expulsado de esos países una y otra vez. Su postura de entrega y generosidad no conocía las medias tintas ni los compromisos a dos bandas.

 

        “Mis Recuerdos” recoge toda su andadura por esos tres países de misión a lo largo de vida. La verdad es que se disfruta mucho con sus memorias y recuerdos, están muy bien escritos, describe los lugares, las personas, las costumbres, las tradiciones, etc. con todo detalle, cuenta las anécdotas que pasó, las vivencias que tuvo, etc. con tanta vida y con un estilo tan vivo que parece que el lector se mete en todas sus actividades apostólicas con los nativos feligreses con quienes compartió su vida. La obra tiene un gran valor no solo pastoral sino antropológico e histórico para los misioneros que sean destinados a aquellos países donde Cirilo misionó. Todo ello me imagino que habrá sido de gran valor para los misioneros que siguieron sus pasos por esos países.

 

Cirilo Terrón en alguna misión de América

 

  Ese es el valor de la antropología, aplicada a los misioneros del IEME. Que no se trata solo de “conocer” cosas curiosas, etc. de cada uno de los países en los que el IEME tienes misiones, su valor práctico es su utilidad, para la adecuación del Mensaje.

 

A su fallecimiento, el día 2 de septiembre de 2014 en la residencia sacerdotal de los misioneros del IEME, en la calle Pirineos de Madrid, José María Rojo nos enviaba esta reseña misionera de Cirilo:

 

En la mañana, el cáncer derrotó a nuestro compañero y amigo CIRILO TERRÓN HERNÁNDEZ. Había luchado a brazo partido (sólo Dios y él saben lo que sufrió y disimuló) pero la implacable guadaña impuso su ley.
              Los que lo conocimos podemos certificar que Cirilo fue una persona, un cristiano, un sacerdote y un misionero de una sola pieza. 
              Es hijo de la guerra civil y la posguerra (nace en Tejeda del Tiétar, Cáceres, el 9 de Julio de 1938) y desde niño queda impactado por la pobreza, la marginación y la explotación que sufren los pobres en su Extremadura natal. Eso marca su fe y su compromiso para siempre. Y con ello decide ser sacerdote y misionero en América Latina, a través del Instituto Español de Misiones Extranjeras. Nos ha dejado sus memorias o “Recuerdos” (por poco no logró verlos publicados). Leyéndolos, uno diría que se apropió e hizo en él carne el verso del cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…” Lo hizo en Colombia (1965-1972), en Perú (1973-1981), en Nicaragua (1981-1987), de nuevo en Perú (1987-2008) y lo siguió haciendo en España, jubilado ya, desde entonces hasta ayer. 

 

Foto titulada “Los dos grupos” de Perú.


             Una palabra resume la vida de Cirilo: coherencia (con su pensamiento y con su fe). Lo sabían muy bien los parroquianos de Malpartida, Plasencia-España (los “chinatos”, su primer amor, como gustaba decir); los campesinos de las riberas del rio Magdalena en Colombia (su primer amor americano); lo sabían muy bien los campesinos de los valles de Huara-Sayán-Churín y Nepeña-Moro-Jimbe y sus respectivas serranías en Perú, así como los mineros de Oyón y Raura a casi 5.000 m.s.n.m.; lo sabían muy bien los campesinos de la parroquia de Jalapa en Nueva Segovia -Nicaragua- con quienes escuchó silbar muchas veces las balas de “la contra” por encima de sus cabezas; lo sabían muy bien los pobladores, nuevamente en Perú, de las barriadas de Hualmay (Huacho) y Canto Grande (Lima), golpeados unas veces por el terror de Sendero, otras por el de los uniformados y siempre por la pobreza. Y lo sabemos los que hemos compartido con él alguna de esas etapas, incluida Madrid, desde su silla de ruedas motorizada, tratando de conservar su autonomía y “molestar lo menos posible”.
             Si algún pecado cometió Cirilo ha sido el no contar entre sus prioridades el cuidado de su salud. Eso pasa factura y él lo ha pagado caro, pero con mucha dignidad… 
             Sin ninguna duda ya habías escuchado, Cirilo, aquello de: “Ven bendito de mi Padre porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed…” 
          José Mª Rojo García

 

 

Y termino con estos recuerdos que nos envió Manuel Mandianes el día 5 de septiembre del mismo año de su fallecimiento:

“Tuve ocasión de visitarle varias veces en la selva colombiana, en las orillas del Río Magdalena. Vivía con lo indispensable, lo estrictamente necesario para no morir, las cartas le llegaban con meses de retraso, el teléfono no existía. Prestaba los servicios religiosos y a predicar el Evangelio a los habitantes de su misión allá por el Magdalena Medio, entre Cartagena de Indias y Barrancabermeja. El resto del tiempo lo dedicaba a organizar escuelas, constituir cooperativas y a instruir a los campesinos en sus derechos. Recuerdo que me contó un día: “Algunos terratenientes dicen que los campesinos son como abogados desde que frecuentan la misión”. Los terratenientes se enfadaron tanto con él que lograron que el Gobierno colombiano lo expulsara allá por noviembre o diciembre de los años 70 del pasado siglo. “Creo que me expulsaron por dedicarme a los pobres”, pensaba. Pero nunca se consideró ni héroe ni gran hombre.  “Buenamente hago por los otros lo que pienso y puedo hacer”, decía. “Poder dedicar la vida a los demás es el mayor regalo que un hombre puede recibir”, me dijo en cierta ocasión. Él fue afortunado. La dedicó a los demás por completo”.

 

Cirilo, en la selva colombiana, a orillas del río Magdalena

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