José Antonio Pinel
Rasgos de una vida
Waldo Fernández y Jose Antonio Pinel
en la presentación del libro de este “Pasión por la
vida”,
en junio de 2014
Rasgos dispersos de mi
andar por el IEME. En el Seminario de Misiones cursé dos años de Teología y uno
de Formación con mis compañeros de curso y amigos. Resalto amigos porque eso es
lo que conseguimos, una amistad que nos comprometía a todos, unos con otros y
todos con todos. Tejimos el telar del amor con un cruce de compromisos por una
causa y un objetivo: la misión. Hasta entonces mi pregunta era ¿tendré vocación
para lo que quiero ser?
En Burgos desaparecieron
esos miedos y la pregunta cambió de naturaleza ¿tendremos todos suficiente vocación
para tamaña empresa? El trabajo en grupo era la respuesta. Si todos decíamos
que sí, adelante. Si la vocación se nublaba, el equipo supliría. Fiabilidad,
esa era la credencial. Tú te fías de mí y yo me fío de ti. Nos convertíamos en dos.
Nos multiplicábamos y nos hacíamos cómplices unos de otros. Así empezó un
engrase comunitario sin saber que estábamos poniendo a punto la gran máquina del
amor misionero.
Esta vivencia interior
estaba empapada en una balsa de profesionalidad, cariño y comprensión en el
Seminario. Recordad, amigos y compañeros: “Los profesores, siempre disponibles.
El padre espiritual te cuestionaba, pero ¡ay amigo! la decisión siempre era
tuya. Las monjas de la cocina guardaban la cena en el horno a los extraviados en
la noche. Los tardones, que saltaban por la tapia de
Mi experiencia arrancó con
la catequesis del barrio en la que un chaval, el Villate, me volvía loco. Por
las tardes del domingo visitaba su casa - como quien va al pediatra - a ver si
su madre me decía por donde podría entrarle a semejante bicho. Y también a
merendar, claro.
Fueron a Perú en 1969 a prestar servicio misionero
allí donde hiciera falta: Javier Lou, José Luis
Fuertes, Fernando Domínguez, Julio Blanco, y Michel Azcueta
y José Antonio Pinel, que es quien sacó la foto.
A esa prueba siguió la de
los gitanos en Villalón: Josep Pau Gil, Lucinio Martínez Cuesta (fallecido), Pepe
Redondo, dos monjitas franciscanas misioneras y algunas jovencitas legionarias
de María que a todos nos encandilaban, como la dulce Inma. ¡Qué maravilla de
grupo! A las 10:00 horas del domingo arrancábamos Arlanzón abajo a salvar a los
gitanos. No sé de qué, pero a eso íbamos. Nunca mis instantes adquirieron tanto
sentido. Dios nos había venido a ver y ponía el mundo a nuestros pies. La savia
corría caliente y veloz por las venas de aquel grupito de maletillas del
evangelio. La meditación sobre el Cuerpo Místico me llenaba de satisfacción en esta
etapa misionera. Vaya tú, que nos sentíamos uno más en el Proyecto salvador del
Orbe. Hoy confieso que en los años del Seminario de Misiones fui feliz.
Y en el verano de 1969
nos fuimos a Perú Javier Lou (fallecido), Miguel Azcueta, José Luis Fuertes,
Julio Blanco, Fernando Domínguez (fallecido recientemente) y un servidor. Ya no
podíamos aguantar más. La mies estaba lista y convenía iniciar la cosecha. Qué
importaba el formalismo canónico. Un contrato con el jesuita Monseñor Arnedo en
Cajamarca y a trabajar. Los dos primeros en Jaén formando a la juventud de los
Centros de Enseñanza y luego continuarían en Villa El Salvador (Lima), José
Luis y Julio en San Ignacio y nuestro querido Fernando, de corazón limpio como
un cristal, y yo volcamos nuestra vida en un centro educativo con aguarunas en
la selva de El Chiriaco.
Con el tiempo, el
equipo pasó del ímpetu a la duda: ¿dónde estaba la verdadera realización del
individuo: dentro de la institución o fuera de ella? Lo primero era más fácil,
pero no éramos jesuitas. Lo segundo, más difícil, pero era lo real. Y empezamos
a ser peruanos normales, de campo a través. Así se inició nuestra lucha por el
cada día, como cualquier ciudadano. Convalidar estudios y completar los
peruanos, con el fin de ejercer en la enseñanza en Perú. La mies estaba en
nuestra propia casa y no nos habíamos dado cuenta. El Reino se nos hizo calle,
acera y trocha con huellas de barro.
En 1970 un terrible seísmo
sacudió el Departamento de Ancash. Julio y yo acudimos como voluntarios y
trabajamos con
1973 me sumió en un dolor
profundo con la caída de Salvador Allende. Amé a Chile, país que visité varias
veces. Descubrí sus inquietudes, sentí el amor en su regazo y valoré su lucha
por conseguir la dignidad humana para toda persona. En aquellos días cobijamos
a huidos y lloramos con ellos la pérdida de tantos luchadores. Sus cuerpos cruzaban
flotando por el río Mapocho la ciudad de Santiago. Aquel río era el travesaño
horizontal de una ciudad crucificada. Se rasgó mi alma con aquellas heridas del
pueblo. Nunca cicatrizaron del todo. De una ilusión revolucionaria, de justicia
social, de amor efervescente pasamos a una nube invasiva de tristeza. Hoy vuelve
esta ilusión, ¡Qué gran madre es la vida! Siempre regresa. Cantemos hoy con Pablo
Milanés: “Yo pisaré las calles nuevamente/ de lo que fue Santiago ensangrentado…”
“Son mis primeros alumnos aguarunas en la selva, a fines del 69”
A mi vuelta a España,
mi vida se orientó hacia la enseñanza, donde se ha desarrollado durante 4
décadas por diferentes institutos de la península. Educar, formar y enseñar a
los jóvenes y siempre aprendiendo de ellos. Por esas sendas nos encontramos mi esposa
y yo. Colaboré en el diseño del Currículo de Lengua Castellana y Literatura en
la Ley de Educación conocida como LOGSE. La apliqué e intenté que otros también
lo hicieran. Hoy, orgulloso de que una de mis hijas siga este camino.
Últimamente Manos
Unidas admite mis 74 años en su planificación. Hemos formado un buen quipo, con
amigos del IEME incluso. Mi parabólica seguía indicando hacia América Latina.
Será que allí también fui feliz. El caso es que ahí sigo “acurrucao” algunos
minutos más. Cualquier ventolera seguro
que pronto la tira. ¡Qué le vamos a hacer! Convendrá que así sea.
Creo que no tuve la suerte de verte por Perú en aquellos tiempos. Y sí conozco bastante el Callejón de Huaylas por donde correteaste sirviendo...Luego he tenido ya la suerte de conocerte mucho más en Madrid y que sigas con esa ilusión fresca de "chibolo" peremne.
ResponderEliminarAmigo Pinel, estamos en el mismo barco, en tareas distintas, pero en el mismo. Y acá estaremos en Perú "hasta que el cuerpo aguante". JMª Rojo
Mucho me alegra, amigo José Antonio, haber sido uno de los que , por lo menos, te hizo reír en Burgos, que también la risa formaba parte del bien ser y el bien estar. Corroboro esa tu idea del Seminario de Misiones. Gran escuela de humanidad que nos aco9gió nos formó, nos aunó y nos hizo amigos admirables y (eso decían los decires burgaleses) admirados por aquello de "mirad como aman y cómo se aman".
ResponderEliminarQuiero agradecer sinceramente tu amistad, tu ayuda, tu comprensión y el ejemplo que das de positivar las situaciones y coyunturas, si no adversas, sí anómalas, y de saber encarar la vida como viene. Mil gracias, compañero.
Un gusto, José Antonio, poder leer tus rasgos que no me han parecido tan dispersos sino, como señalas, una continuidad de vida, de amistad , de crear un ambiente entre todos que se transformó en el "espíritu del IEME" que nos ha seguido acompañando toda la vida...Importantes esos años que recuerdas antes de tomar la decisión de venirnos a Perú...!! y cómo nos acompañaron las familias de los seis que dimos el salto...!!! Increíble...nos paseábamos por las casas de Plou, de Arbancón, de León, de Madrid...en aquellos años y muchos años después. Un fuerte abrazo y pronto, por favor, una foto en Arbancón...!!
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